Antonio Zapata.
Hace poco fue aniversario del golpe de 1968 y los escasos artículos que aparecieron en la prensa confirman que la Primera Fase es una especie de demonio de la historia peruana. Muchos condenan a Velasco y sólo algún despistado antisistema lo defiende. Siempre me ha sorprendido que gente muy diversa coincida en rechazar al gobierno militar. He escuchado a miles decir que la Primera Fase es la mejor respuesta a la famosa pregunta de Zavalita. Conozco liberales que perciben las nacionalizaciones y la reforma agraria como fatales para el país. Pero, también soy amigo de apristas que descalifican a Velasco por su intolerancia y sostienen que su gobierno fue un desastre. Por último, en mis predios de izquierda, frecuentemente se argumenta que no cambió el modelo, que el país siguió exportando materias primas y que tampoco transfirió la propiedad a los trabajadores, sino que la conservó en manos del Estado militar.
Sorprende tanta unanimidad de la sociedad política con respecto a Velasco. Sólo dos respuestas son posibles. O efectivamente fue el peor presidente del siglo XX, o se trata de una excusa que les conviene a todos. Para demostrar que fue una calamidad habría que probar que la reforma agraria y las nacionalizaciones de recursos naturales –sus dos medidas fundamentales– eran equivocadas y rechazadas por la sociedad de aquellos días. Por el contrario, mi apreciación es que gozaban de amplio consenso. El APRA nació para llevarlas a cabo y se hallan en su programa máximo. Acción Popular y su socio de aquellos días, la Democracia Cristiana, donde militaban entre otros Luis Bedoya y Valentín Paniagua, promulgaron una reforma agraria previa y más bien perdieron el poder cuando negociaron mal la nacionalización de la IPC. Ni AP ni el PPC pueden sostener que en los sesenta estuvieron en contra de la reforma agraria y de las nacionalizaciones. Menos el APRA, porque el gobierno antiimperialista planteado por Haya en los treinta se parece como dos gotas de agua a las estatizaciones de Velasco. Por su parte, la izquierda comparte el entusiasmo por las medidas orientadas a terminar con la oligarquía y democratizar la sociedad peruana.
Así las cosas, parece que todos culpan a Velasco por los males del país para salvar su propia cuota de responsabilidad. El APRA y la Izquierda habían sido impotentes para reformar el Perú y fueron derrotados por la oligarquía, cuya versión neoliberal contemporánea sostiene la fantasía que, antes de Velasco, el Perú era un país en vía de desarrollo que no necesitaba reformas. Por el contrario, AP y la DC llegaron al poder en 1963 precisamente para aplicar en libertad ese reformismo nacionalista y desarrollista que todo el Perú reclamaba. Así, si hubo golpe de Velasco fue por el previo fracaso de Belaunde y del Congreso dominado por el APRA en alianza con la UNO.
Velasco aplicó manu militari el giro reformista y bajo forma dictatorial porque era un general de infantería que despreciaba el arte de la política. Pero, ningún partido había concretado el nacionalismo y el desarrollismo. La izquierda de los cincuenta eligió la vía insurreccional y cuando reaccionó era tarde para ganar alguna elección. El APRA se había mantenido en la lucha de los treinta a los cincuenta, pero deseosa de tener una oportunidad pactó con la oligarquía. AP y FBT se perdieron en la duda y no supieron superar el obstáculo del Parlamento en contra. Así que otro hizo lo que no habían podido.
De este modo, el rechazo que hoy sienten en contra suya y la distancia que suelen poner con la Primera Fase son una lavada de manos. Por otro lado, el odio y desprecio que por Velasco sienten los nuevos paladines de la vieja oligarquía es la otra cara del miedo que le tuvieron mientras gobernó. Fue el único que los hizo temer perder la heredad colonial que asumen como país. Por eso Velasco ha acabado como demonio. Les conviene a todos; es su manera de quedar limpios. Poncio Pilato sigue vivo.
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