miércoles, 24 de febrero de 2010

El alquimista



H.P. Lovecraft

Allá en lo alto, coronando la herbosa cima un montículo escarpado, de falda cubierta por los árboles nudosos de la selva primordial, se levanta la vieja mansión de mis antepasados. Durante siglos sus almenas han contemplado ceñudas el salvaje y accidentado terreno circundante, sirviendo de hogar y fortaleza para la casa altanera cuyo honrado linaje es más viejo aún que los muros cubiertos de musgo del castillo. Sus antiguos torreones, castigados durante generaciones por las tormentas, demolidos por el lento pero implacable paso del tiempo, formaban en la época feudal una de las más temidas y formidables fortalezas de toda Francia. Desde las aspilleras de sus parapetos y desde sus escarpadas almenas, muchos barones, condes y aun reyes han sido desafiados, sin que nunca resonara en sus espaciosos salones el paso del invasor.
Pero todo ha cambiado desde aquellos gloriosos años. Una pobreza rayana en la indigencia, unida a la altanería que impide aliviarla mediante el ejercicio del comercio, ha negado a los vástagos del linaje la oportunidad de mantener sus posesiones en su primitivo esplendor; y las derruidas piedras de los muros, la maleza que invade los patios, el foso seco y polvoriento, así como las baldosas sueltas, las tablazones comidas de gusanos y los deslucidos tapices del interior, todo narra un melancólico cuento de perdidas grandezas. Con el paso de las edades, primero una, luego otra, las cuatro torres fueron derrumbándose, hasta que tan sólo una sirvió de cobijo a los tristemente menguados descendientes de los otrora poderosos señores del lugar.

Fue en una de las vastas y lóbregas estancias de esa torre que aún seguía en pie donde yo, Antoine, el último de los desdichados y maldecidos condes de C., vine al mundo, hace diecinueve años. Entre esos muros, y entre las oscuras y sombrías frondas, los salvajes barrancos y las grutas de la ladera, pasaron los primeros años de mi atormentada vida. Nunca conocí a mis progenitores. Mi padre murió a la edad de treinta y dos, un mes después de mi nacimiento, alcanzado por una piedra de uno de los abandonados parapetos del castillo; y, habiendo fallecido mi madre al darme a luz, mi cuidado y educación corrieron a cargo del único servidor que nos quedaba, un hombre anciano y fiel de notable inteligencia, que recuerdo que se llamaba Pierre. Yo no era más que un chiquillo, y la carencia de compañía que eso acarreaba se veía aumentada por el extraño cuidado que mi añoso guardián se tomaba para privarme del trato de los muchachos campesinos, aquellos cuyas moradas se desperdigaban por los llanos circundantes en la base de la colina. Por entonces, Pierre me había dicho que tal restricción era debida a que mi nacimiento noble me colocaba por encima del trato con aquellos plebeyos compañeros. Ahora sé que su verdadera intención era ahorrarme los vagos rumores que corrían acerca de la espantosa maldición que afligía a mi linaje, cosas que se contaban en la noche y eran magnificadas por los sencillos aldeanos según hablaban en voz baja al resplandor del hogar en sus chozas.

Aislado de esa manera, librado a mis propios recursos, ocupaba mis horas de infancia en hojear los viejos tomos que llenaban la biblioteca del castillo, colmada de sombras, y en vagar sin ton ni son por el perpetuo crepúsculo del espectral bosque que cubría la falda de la colina. Fue quizás merced a tales contornos el que mi mente adquiriera pronto tintes de melancolía. Esos estudios y temas que tocaban lo oscuro y lo oculto de la naturaleza eran lo que más llamaban mi atención.

Poco fue lo que me permitieron saber de mi propia ascendencia, y lo poco que supe me sumía en hondas depresiones. Quizás, al principio, fue sólo la clara renuencia mostrada por mi viejo preceptor a la hora de hablarme de mi línea paterna lo que provocó la aparición de ese terror que yo sentía cada vez que se mentaba a mi gran linaje, aunque al abandonar la infancia conseguí fragmentos inconexos de conversación, dejados escapar involuntariamente por una lengua que ya iba traicionándolo con la llegada de la senilidad, y que tenían alguna relación con un particular acontecimiento que yo siempre había considerado extraño, y que ahora empezaba a volverse turbiamente terrible. A lo que me refiero es a la temprana edad en la que los condes de mi linaje encontraban la muerte. Aunque hasta ese momento había considerado un atributo de familia el que los hombres fueran de corta vida, más tarde reflexioné en profundidad sobre aquellas muertes prematuras, y comencé a relacionarlas con los desvaríos del anciano, que a menudo mencionaba una maldición que durante siglos había impedido que las vidas de los portadores del título sobrepasasen la barrera de los treinta y dos años. En mi vigésimo segundo cumpleaños, el añoso Pierre me entregó un documento familiar que, según decía, había pasado de padre a hijo durante muchas generaciones y había sido continuado por cada poseedor. Su contenido era de lo más inquietante, y una lectura pormenorizada confirmó la gravedad de mis temores. En ese tiempo, mi creencia en lo sobrenatural era firme y arraigada, de lo contrario hubiera hecho a un lado con desprecio el increíble relato que tenía ante los ojos.

El papel me hizo retroceder a los tiempos del siglo XIII, cuando el viejo castillo en el que me hallaba era una fortaleza temida e inexpugnable. En él se hablaba de cierto anciano que una vez vivió en nuestras posesiones, alguien de no pocos talentos, aunque su rango apenas rebasaba el de campesino; era de nombre Michel, de usual sobrenombre Mauvais, el malhadado, debido a su siniestra reputación. A pesar de su clase, había estudiado, buscando cosas tales como la piedra filosofal y el elixir de la eterna juventud, y tenía fama de ducho en los terribles arcanos de la magia negra y la alquimia. Michel Mauvais tenía un hijo llamado Charles, un mozo tan avezado como él mismo en las artes ocultas, habiendo sido por ello apodado Le Sorcier, el brujo. Ambos, evitados por las gentes de bien, eran sospechosos de las prácticas más odiosas. El viejo Michel era acusado de haber quemado viva a su esposa, a modo de sacrificio al diablo, y, en lo tocante a las incontables desapariciones de hijos pequeños de campesinos, se tendía a señalar su puerta. Pero, a través de las oscuras naturalezas de padre e hijo brillaba un rayo de humanidad y redención; el malvado viejo quería a su retoño con fiera intensidad, mientras que el mozo sentía por su padre una devoción más que filial.

Una noche el castillo de la colina se encontró sumido en la más tremenda de las confusiones por la desaparición del joven Godfrey, hijo del conde Henri. Un grupo de búsqueda, encabezado por el frenético padre, invadió la choza de los brujos, hallando al viejo Michel Mauvais mientras trasteaba en un inmenso caldero que bullía violentamente. Sin más demora, llevado de furia y desesperación desbocadas, el conde puso sus manos sobre el anciano mago y, al aflojar su abrazo mortal, la víctima ya había expirado. Entretanto, los alegres criados proclamaban el descubrimiento del joven Godfrey en una estancia lejana y abandonada del edificio, anunciándolo muy tarde, ya que el pobre Michel había sido muerto en vano. Al dejar el conde y sus amigos la mísera cabaña del alquimista, la figura de Charles Le Sorcier hizo acto de presencia bajo los árboles. La charla excitada de los domésticos más próximos le reveló lo sucedido, aunque pareció indiferente en un principio al destino de su padre. Luego, yendo lentamente al encuentro del conde, pronunció con voz apagada pero terrible la maldición que, en adelante, afligiría a la casa de C.

«Nunca sea que un noble de tu estirpe homicida
Viva para alcanzar mayor edad de la que ahora posees»

proclamó cuando, repentinamente, saltando hacia atrás al negro bosque, sacó de su túnica una redoma de líquido incoloro que arrojó al rostro del asesino de su padre, desapareciendo al amparo de la negra cortina de la noche. El conde murió sin decir palabra y fue sepultado al día siguiente, con apenas treinta y dos años. Nunca descubrieron rastro del asesino, aunque implacables bandas de campesinos batieron las frondas cercanas y las praderas que rodeaban la colina.

El tiempo y la falta de recordatorios aminoraron la idea de la maldición de la mente de la familia del conde muerto; así que cuando Godfrey, causante inocente de toda la tragedia y ahora portador de un título, murió traspasado por una flecha en el transcurso de una cacería, a la edad de treinta y dos años, no hubo otro pensamiento que el de pesar por su deceso. Pero cuando, años después, el nuevo joven conde, de nombre Robert, fue encontrado muerto en un campo cercano y sin mediar causa aparente, los campesinos dieron en murmurar acerca de que su amo apenas sobrepasaba los treinta y dos cumpleaños cuando fue sorprendido por su temprana muerte. Louis, hijo de Robert, fue descubierto ahogado en el foso a la misma fatídica edad, y, desde ahí, la crónica ominosa recorría los siglos: Henris, Roberts, Antoines y Armands privados de vidas felices y virtuosas cuando apenas rebasaban la edad que tuviera su infortunado antepasado al morir.

Según lo leído, parecía cierto que no me quedaban sino once años. Mi vida, tenida hasta entonces en tan poco, se me hizo ahora más preciosa a cada día que pasaba, y me fui progresivamente sumergiendo en los misterios del oculto mundo de la magia negra. Solitario como era, la ciencia moderna no me había perturbado y trabajaba como en la Edad Media, tan empeñado como estuvieran el viejo Michel y el joven Charles en la adquisición de saber demonológico y alquímico. Aunque leía cuanto caía en mis manos, no encontraba explicación para la extraña maldición que afligía a mi familia. En los pocos momentos de pensamiento racional, podía llegar tan lejos como para buscar alguna explicación natural, atribuyendo las tempranas muertes de mis antepasados al siniestro Charles Le Sorcier y sus herederos; pero descubriendo tras minuciosas investigaciones que no había descendientes conocidos del alquimista, me volví nuevamente a los estudios ocultos y de nuevo me esforcé en encontrar un hechizo capaz de liberar a mi estirpe de esa terrible carga. En algo estaba plenamente resuelto. No me casaría jamás, y, ya que las ramas restantes de la familia se habían extinguido, pondría fin conmigo a la maldición.

Cuando yo frisaba los treinta, el viejo Pierre fue reclamado por el otro mundo. Lo enterré sin ayuda bajo las piedras del patio por el que tanto gustara de deambular en vida. Así quedé para meditar en soledad, siendo el único ser humano de la gran fortaleza, y en el total aislamiento mi mente fue dejando de rebelarse contra la maldición que se avecinaba para casi llegar a acariciar ese destino con el que se habían encontrado tantos de mis antepasados. Pasaba mucho tiempo explorando las torres y los salones ruinosos y abandonados del viejo castillo, que el temor juvenil me había llevado a rehuir y que, al decir del viejo Pierre, no habían sido hollados por ser humano durante casi cuatro siglos. Muchos de los objetos hallados resultaban extraños y espantosos. Mis ojos descubrieron muebles cubiertos por polvo de siglos, desmoronándose en la putridez de largas exposiciones a la humedad. Telarañas en una profusión nunca antes vista brotaban por doquier, e inmensos murciélagos agitaban sus alas huesudas e inmensas por todos lados en las, por otra parte, vacías tinieblas.

Guardaba el cálculo más cuidadoso de mi edad exacta, aun de los días y horas, ya que cada oscilación del péndulo del gran reloj de la biblioteca desgranaba una pizca más de mi condenada existencia. Al final estuve cerca del momento tanto tiempo contemplado con aprensión. Dado que la mayoría de mis antepasados fueron abatidos poco después de llegar a la edad exacta que tenía el conde Henri al morir, yo aguardaba en cualquier instante la llegada de una muerte desconocida. En qué extraña forma me alcanzaría la maldición, eso no sabía decirlo; pero estaba decidido a que, al menos, no me encontrara atemorizado o pasivo. Con renovado vigor, me apliqué al examen del viejo castillo y cuanto contenía.

El suceso culminante de mi vida tuvo lugar durante una de mis exploraciones más largas en la parte abandonada del castillo, a menos de una semana de la fatídica hora que yo sabía había de marcar el límite final a mi estancia en la tierra, más allá de la cual yo no tenía siquiera atisbos de esperanza de conservar el hálito. Había empleado la mejor parte de la mañana yendo arriba y abajo por las escaleras medio en ruinas, en uno de los más castigados de los antiguos torreones. En el transcurso de la tarde me dediqué a los niveles inferiores, bajando a lo que parecía ser un calabozo medieval o quizás un polvorín subterráneo, más bajo. Mientras deambulaba lentamente por los pasadizos llenos de incrustaciones al pie de la última escalera, el suelo se tornó sumamente húmedo y pronto, a la luz de mi trémula antorcha, descubrí que un muro sólido, manchado por el agua, impedía mi avance. Girándome para volver sobre mis pasos, fui a poner los ojos sobre una pequeña trampilla con anillo, directamente bajo mis pies. Deteniéndome, logré alzarla con dificultad, descubriendo una negra abertura de la que brotaban tóxicas humaredas que hicieron chisporrotear mi antorcha, a cuyo titubeante resplandor vislumbré una escalera de piedra. Tan pronto como la antorcha, que yo había abatido hacia las repelentes profundidades, ardió libre y firmemente, emprendí el descenso. Los peldaños eran muchos y llevaban a un angosto pasadizo de piedra que supuse muy por debajo del nivel del suelo. Este túnel resultó de gran longitud y finalizaba en una masiva puerta de roble, rezumante con la humedad del lugar, que resistió firmemente cualquier intento mío de abrirla. Cesando tras un tiempo en mis esfuerzos, me había vuelto un trecho hacia la escalera, cuando sufrí de repente una de las impresiones más profundas y enloquecedoras que pueda concebir la mente humana. Sin previo aviso, escuché crujir la pesada puerta a mis espaldas, girando lentamente sobre sus oxidados goznes. Mis inmediatas sensaciones no son susceptibles de análisis. Encontrarme en un lugar tan completamente abandonado como yo creía que era el viejo castillo, ante la prueba de la existencia de un hombre o un espíritu, provocó a mi mente un horror de lo más agudo que pueda imaginarse. Cuando al fin me volví y encaré la fuente del sonido, mis ojos debieron desorbitarse ante lo que veían. En un antiguo marco gótico se encontraba una figura humana. Era un hombre vestido con un casquete1 y una larga túnica medieval de color oscuro. Sus largos cabellos y frondosa barba eran de un negro intenso y terrible, de increíble profusión. Su frente, más alta de lo normal; sus mejillas, consumidas, llenas de arrugas; y sus manos largas, semejantes a garras y nudosas, eran de una mortal y marmórea blancura como nunca antes viera en un hombre. Su figura, enjuta hasta asemejarla a un esqueleto, estaba extrañamente cargada de hombros y casi perdida dentro de los voluminosos pliegues de su peculiar vestimenta. Pero lo más extraño de todo eran sus ojos, cavernas gemelas de negrura abisal, profundas en saber, pero inhumanas en su maldad. Ahora se clavaban en mí, lacerando mi alma con su odio, manteniéndome sujeto al sitio. Por fin, la figura habló con una voz retumbante que me hizo estremecer debido a su honda impiedad e implícita malevolencia. El lenguaje empleado en su discurso era el decadente latín usado por los menos eruditos durante la Edad Media, y pude entenderlo gracias a mis prolongadas investigaciones en los tratados de los viejos alquimistas y demonólogos. Esa aparición hablaba de la maldición suspendida sobre mi casa, anunciando mi próximo fin, e hizo hincapié en el crimen cometido por mi antepasado contra el viejo Michel Mauvais, recreándose en la venganza de Charles le Sorcier. Relató cómo el joven Charles había escapado al amparo de la noche, volviendo al cabo de los años para matar al heredero Godfrey con una flecha, en la época en que éste alcanzó la edad que tuviera su padre al ser asesinado; cómo había vuelto en secreto al lugar, estableciéndose ignorado en la abandonada estancia subterránea, la misma en cuyo umbral se recortaba ahora el odioso narrador. Cómo había apresado a Robert, hijo de Godfrey, en un campo, forzándolo a ingerir veneno y dejándolo morir a la edad de treinta y dos, manteniendo así la loca profecía de su vengativa maldición. Entonces me dejó imaginar cuál era la solución de la mayor de las incógnitas: cómo la maldición había continuado desde el momento en que, según las leyes de la naturaleza, Charles le Sorcier hubiera debido morir, ya que el hombre se perdió en digresiones, hablándome sobre los profundos estudios de alquimia de los dos magos, padre e hijo, y explayándose sobre la búsqueda de Charles le Sorcier del elixir que podría garantizarle el goce de vida y juventud eternas.

Por un instante su entusiasmo pareció desplazar de aquellos ojos terribles el odio mostrado en un principio, pero bruscamente volvió el diabólico resplandor y, con un estremecedor sonido que recordaba el siseo de una serpiente, alzó una redoma de cristal con evidente intención de acabar con mi vida, tal como hiciera Charles le Sorcier seiscientos años antes con mi antepasado. Llevado por algún protector instinto de autodefensa, luché contra el encanto que me había tenido inmóvil hasta ese momento, y arrojé mi antorcha, ahora moribunda, contra el ser que amenazaba mi vida. Escuché cómo la ampolla se rompía de forma inocua contra las piedras del pasadizo mientras la túnica del extraño personaje se incendiaba, alumbrando la horrible escena con un resplandor fantasmal. El grito de espanto y de maldad impotente que lanzó el frustrado asesino resultó demasiado para mis nervios, ya estremecidos, y caí desmayado al suelo fangoso.

Cuando por fin recobré el conocimiento, todo estaba espantosamente a oscuras y, recordando lo ocurrido, temblé ante la idea de tener que soportar aún más; pero fue la curiosidad lo que acabó imponiéndose. ¿Quién, me preguntaba, era este malvado personaje, y cómo había llegado al interior del castillo? ¿Por qué podía querer vengar la muerte del pobre Michel Mauvais y cómo se había transmitido la maldición durante el gran número de siglos pasados desde la época de Charles le Sorcier? El peso del espanto, sufrido durante años, desapareció de mis hombros, ya que sabía que aquel a quien había abatido era lo que hacía peligrosa la maldición, y, viéndome ahora libre, ardía en deseos de saber más del ser siniestro que había perseguido durante siglos a mi linaje, y que había convertido mi propia juventud en una interminable pesadilla. Dispuesto a seguir explorando, me tanteé los bolsillos en busca de eslabón y pedernal, y encendí la antorcha de repuesto. Enseguida, la luz renacida reveló el cuerpo retorcido y achicharrado del misterioso extraño. Esos ojos espantosos estaban ahora cerrados. Desasosegado por la visión, me giré y accedí a la estancia que había al otro lado de la puerta gótica. Allí encontré lo que parecía ser el laboratorio de un alquimista. En una esquina se encontraba una inmensa pila de reluciente metal amarillo que centelleaba de forma portentosa a la luz de la antorcha. Debía de tratarse de oro, pero no me detuve a cerciorarme, ya que estaba afectado de forma extraña por la experiencia sufrida. Al fondo de la estancia había una abertura que conducía a uno de los muchos barrancos abiertos en la oscura ladera boscosa. Lleno de asombro, aunque sabedor ahora de cómo había logrado ese hombre llegar al castillo, me volví. Intenté pasar con el rostro vuelto junto a los restos de aquel extraño, pero, al acercarme, creí oírle exhalar débiles sonidos, como si la vida no hubiera escapado por completo de él. Horrorizado, me incliné para examinar la figura acurrucada y abrasada del suelo. Entonces esos horribles ojos, mas oscuros que la cara quemada donde se albergaban, se abrieron para mostrar una expresión imposible de identificar. Los labios agrietados intentaron articular palabras que yo no acababa de entender. Una vez capté el nombre de Charles le Sorcier y en otra ocasión pensé que las palabras «años» y «maldición» brotaban de esa boca retorcida. A pesar de todo, no fui capaz de encontrar un significado a su habla entrecortada. Ante mi evidente ignorancia, los ojos como pozos relampaguearon una vez más malévolamente en mi contra, hasta el punto de que, inerme como veía a mi enemigo, me sentí estremecer al observarlo.

Súbitamente, aquel miserable, animado por un último rescoldo de energía, alzó su espantosa cabeza del suelo húmedo y hundido. Entonces, recuerdo que, estando yo paralizado por el miedo, recuperó la voz y con aliento agonizante vociferó las palabras que en adelante habrían de perseguirme durante todos los días y las noches de mi vida.

-¡Necio! -gritaba-. ¿No puedes adivinar mi secreto? ¿No tienes bastante cerebro como para reconocer la voluntad que durante seis largos siglos ha perpetuado la espantosa maldición sobre los tuyos? ¿No te he hablado del gran elixir de la eterna juventud? ¿No sabes quién desveló el secreto de la alquimia? ¡Pues fui yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo que he vivido durante seiscientos años para perpetuar mi venganza, PORQUE YO SOY CHARLES LE SORCIER!

FIN


1. Casquete: Pieza de la armadura, de forma redondeada y de pequeñas dimensiones, que servía para resguardo de la cabeza. // Cubierta de tela, cuero, etc., que se ajusta a la cabeza.

miércoles, 10 de febrero de 2010

R. A. Schwaller de Lubicz: el testimonio de Al-Kemi

di Walter Catalano

Traducción del italiano de José Antonio Hernández García



Aor (R. A. Schwaller de Lubicz) en 1960, un año antes de su muerte.
Dbujo hecho en tinta roja por Aor en febrero de 1930. Sobre el retrato está escrito: Fulcanelli. En realidad, el personaje dibujado es Jean-Julien Champagne a los 53 años, dos antes de su muerte. .



«La Naturaleza es la forma simbólica de lo que está fuera de ella»
(R. A. Schwaller de Lubicz, Verbo Natura)

El nombre de René Adolphe Schwaller de Lubicz es casi desconocido en Italia y se restringe a ciertos círculos de expertos. Si bien todas sus obras mayores han sido traducidas o están a punto de publicarse en italiano, la figura misteriosa y poliédrica de este alsaciano esquivo y aislado -como debe ser un verdadero iniciado- no ha gozado del reconocimiento que, a título cierto, merece en el panorama de la tradición esotérica occidental1. En realidad, se trata de un personaje que posee una relevancia de primer plano, sobre todo en el ámbito de la alquimia y de la egiptología "alternativa" de nuestro siglo, y muchas controversias suscitadas por los protagonistas de la "realidad secreta" forman parte de un mito que él contribuyó a crear. Basta mencionar un solo nombre: Fulcanelli.

René Adolphe Schwaller nació en Alsacia el 7 de diciembre de 1887. Después de la derrota francesa de 1870, las provincias de Alsacia y Lorena formaron parte del Reich alemán. René, hijo de un farmacéutico de Estrasburgo que desde niño lo inició en el estudio de la química, hablaba alemán en la escuela y francés con su familia. Como no quiere servir en el ejército invasor, el joven Schwaller se fuga a pie hacia Francia antes de cumplir el servicio militar y se refugia en casa de una tía en Asnières. Sumamente dotado para las artes figurativas, es aceptado sin dificultad en el estudio parisino de Matisse y se convierte en alumno del gran pintor.
Se casa con Martha, a quien conoce en el atelier, y con quien engendrará a su hijo Guy. En 1913 ingresa a la Sociedad Teosófica, en la que permanece hasta 1919, y escribe en la revista «Le Theosoph».Allí encontrará a los personajes que estarán involucrados en el "affaire Fulcanelli": el hermetista Pierre Dujols y el pintor alquimista Jean-Julien Champagne, futuro maestro de Eugène Canseliet. El estallido de la guerra de 1914 lo sorprende cerca de un laboratorio químico del ejército donde es el encargado de hacer análisis.

Al finalizar la guerra se dedica a los veteranos; intenta facilitarles la difícil reinserción a la sociedad mediante la enseñanza de un despertar espiritual y moral: con este propósito fundó el grupo de Les Veilleurs, (Los vigilantes), y trasforma la revista «Le Theosoph» en «L'Affranchi», (El emancipado), donde comienza a firmar utilizando el nombre místico de Aor (o más exactamente Aor Mahomet Ahliah). El programa "revolucionario-conservador" del gruppo e della rivista -del grupo y de la revista Saint-Yves d'Alveydre- atrae a muchos artistas e intelectuales franceses como Pierre Loti, Pierre Benoit, Camille Flammarion y el poeta lituano Oscar Wenceslas de Lubicz-Milosz (1877-1939), que pronto se convertirá en el amigo más cercano del futuro alquimista.
Al buscar un trabajo mejor remunerado que el de pintor, Schwaller conoce -siempre en el interior de su grupo- al armador Louis Lamy y a Louis Allainguillaume, director de una compañía carbonífera. Este último le pide reorganizar la estructura financiera de su empresa. En poco tiempo, la empresa decuplica sus entradas y el munificente Allainguillaume le concede un porcentaje fijo sobre las utilidades, lo que le garantiza al joven una definitiva seguridad económica. Quien también se beneficia de su nueva estabilidad pecuniaria es su amigo Oscar de Lubicz-Milosz, príncipe de Lusazia, conde de Lahunovo, jefe del "Clan de Lubicz" en su variante Bozawola (Voluntad de Dios), quien vive en virtud de una asignación mensual que le proporciona Schwaller, y gracias a la cual pudo luchar por la independencia de los tres países bálticos --Lituania, Letonia y Estonia-- a través de la «Revista Báltica», que él fundó y subvencionó con la ayuda de Schwaller. El activismo de Lubicz-Milosz logra, cerca de Alleati, un repentino triunfo: los estados bálticos fueron liberados y el príncipe-poeta se convierte en ministro de Lituania.
Como reconocimiento hacia su fraterno amigo, Milosz adoptó a Schwaller en el "Clan de Lubicz" y lo invistió con el título de caballero de armas de los de Lubicz Bozawola, según los ritos de la Caballería Antigua, es decir, después de una noche de ayuno y meditación. El 10 de enero de 1919, R. A. Schwaller se convierte, así, en Schwaller de Lubicz. Los dos hombres se mantendrán fraternalmente vinculados por siempre, a pesar de que ambos siguieron y buscaron direcciones espirituales opuestas: el lituano nunca se apartó de su ferviente cristianismo, mientras que Schwaller echó raíces en el hermetismo egipcio y pagano.

Schwaller y Milosz permanecieron juntos en el Centro Apostólico -siempre ligado a Los Vigliantes- que, bajo el lema de «Jerarquía, Fraternidad y Libertad», patrocinaba varias iniciativas con la finalidad de lograr el «despertar evolutivo del género humano». Entre sus iniciativas podemos recordar el salvamento y recuperación de la Casa de Balzac en Auteil, o la fundación de un Instituto de Euritmia dirigido por Jeanne Germain, esposa de Georges Lamy (que en 1927 se volverá -después de enviudar y del divorcio de Schwaller de Martha- la nueva compañera del esoterista: Isha Schwaller de Lubicz).
El Centro y el grupo de Los Vigilantes se disolvieron en 1921, a causa del rechazo, por parte de los "cristianos" de Milosz, de las prácticas mágicas y espiritistas siempre más frecuentes entre los "paganos" de Schwaller. Según un testimonio, Milosz, cuando se encontraba próximo al final de su vida, les había implorado a sus amigos que no le hicieran preguntas sobre Los Vigilantes2.






Aor e Isha en la fotografía de sus pasaportes.

Al finalizar esta experiencia, Schwaller visitó África del Norte, donde probablemente recibió la iniciación sufi. En 1924, bajo la influencia de Rudolf Steiner, creó en St. Moritz, en Suiza, la "Estación Científica Suhalia", inspirada en el Goetheanum del fundador de la Antroposofía. Dedicada a las artesanías (leña, hierro, repujado, vidrio, tejido y tapetes), al estudio de la mecánica (construyeron y patentaron un nuevo tipo de motor, una hélice y un bote insumergible), a la investigación científica (química, física espectroscópica, microfotografía, astronomía) y a la homeopatía (el doctor Nebel, famoso homeópata de la época, consideraba excepcional las preparaciones del laboratorio), Suhalia hospedó a artistas e intelectuales renombrados, como el pintor dadaísta Jean Arp. En este período, Schwaller se concentra en una intensa actividad de editor, aunque limitada sólo al ámbito de los discípulos de Suhalia: Schwaller, que en 1917 había escrito solamente un libro, Etude sur les Nombres, completa hacia 1927 numerosos pasquines y opúsculos: L'appel du Feu; La Doctrine; Le livre des vivents, y sobre todo Adam, l'Homme Rouge, texto que fue retirado de la distribución por el mismo autor poco después de su publicación, y que el propio André Breton reconoció como una contribución fundamental a la filosofía del surrealismo. Pasarán casi veinte años para que el autor dé nuevamente a la imprenta algunos fragmentos de su propio conocimiento.

Después de la crisis económica de 1929, el maestro, a quien desde entonces todos llamaban Aor, su esposa Isha y los hijos de ambos -Jean Lamy, doctor en ginecología e inventor de la fonoforesis, una variante de la acupuntura; y Lucía Lamy, extraordinaria dibujante- fueron obligados a abandonar Suhalia, cuyos costos de mantenimiento eran insostenibles, y se establecieron en Plan de Grasse, en Provenza, donde adquirieron una propiedad. En 1930 Aor y el alquimista Champagne -a quien subvencionó por años- llevaron a cabo una importante operación alquímica: la fabricación de los azules y rojos de los vitrales de Chartres. Pero de esto hablaremos a detalle en su momento, cuando nos refiramos al "affaire Fulcanelli".



Aor e Isha en 1927, en la época de su matrimonio.

En 1934 la pareja fue a Palma de Mallorca, a la otrora casa de Raimondo Lullo para estudiar los antiguos manuscritos del alquimista que aún se conservaban, trabajo que fue interrumpido por el estallido de la Guerra Civil española en 1936. Ese mismo año, después de un primer viaje a Luxor, decidieron establecerse en Egipto donde, desde 1939, residieron por intervalos hasta 1952.

Mientras reposaba a la sombra de una mastaba, Isha, que durante seis años había estudiado los jeroglíficos y la egiptología clásica, recibió la revelación sobre la interpretación no simplemente fonética, sino simbólica, de los jeroglíficos. A la luz de este descubrimiento se pudieron traducir textos ininteligibles para los egiptólogos clásicos. Aor, Isha y la hija de ésta, Lucía -que copiaba magistralmente los bajorrelieves y las inscripciones- estudiaron durante años a detalle el templo de Luxor y los mayores lugares sagrados de Al Kemi, el Egipto faraónico3.

Todo este material confluirá en la obra posterior de Aor: Le Temple dans l'homme (1949); Du Symbole et de la Symbolique (1951); Propos sur Esoterisme et Symbole (1960); Le Roi de la Teocratie Pharaonique (1958); Le miracle egyptien (1963); Les Temples de Karnak (póstumo) y sobre todo Le Temple de l'homme (1957), verdadera summa monumental del pensamiento y de la sapiencia que Aor había recuperado de la arena y de las ruinas (y de la que proviene todo, desde la geometría a la anatomía, desde la medicina hasta la filosofía).
Isha, por su parte, después de haber escrito una Contribution a l'Egyptologie (1950), prefirió dedicarse --lo que suscitó una gran desconfianza en su esposo-- a la composición de dos novelas inciáticas ambientadas en el antiguo Egipto: Her-Bak Pois Chiche (1950) e Her-Bak Disciple (1951), historia de un pequeño granjero egipcio, llamado Cecio, que es elegido por los sacerdotes para ser iniciado en los misterios del Templo. Después escribirá L'ouverture du chemin (1957) y La lumiére du chemin (1960), otras dos novelas-ensayo que no tienen que ver directamente con Egipto, y, después de la muerte de Aor: Aor, sa vie, son oeuvre (1963), biografía no del todo confiable dedicada a su marido pero que también contiene el fundamental libro Verbe Nature, uno de los últimos escritos de Aor.

Los egiptólogos clásicos recibieron con muchas reservas los estudios de la enigmática pareja, pero no todos: Alexandre Varille del Institut Français d'Archeologie Orientale, y el arquitecto y arqueólogo Clement Robichon, se unieron con entusiasmo, en el curso de los años cuarenta, a Aor e Isha; colaboraron con ellos en el campo y publicaron, en el ámbito especializado, numerosos escritos en su defensa. Se desató una verdadera querelle des egyptologues entre la arqueología oficial y la corriente "simbolista" capitaneada por Varille e inspirada por Aor. Poco después, Varille murió prematuramente en un accidente automovilístico en 1951, pero su trabajo tendrá el tiempo para influir en un gran sector "heterodoxo" de estudiosos. A partir de 1952, Aor e Isha se retiran de nuevo a Plan de Grasse y llevan una vida apartada, dedicada al estudio y a la escritura. Aor fallece el 7 diciembre de 1961, mientras que Isha lo seguirá el 24 diciembre de 1962. La hija de Isha, Lucía Lamy, continuará, hasta el día de su muerte -que sobreviene el 7 de diciembre de 1984- los estudios iniciados por sus padres, y publicará también un interesante volumen Misterios egipcios (1981).

«Vous ne connaissez pas Fulcanelli, l'auteur du Mystère des Cathedrales?» le preguntó Aor a su huésped, mientras paseaban por la calle arbolada que se encontraba frente a la propiedad de los de Lubicz en Plan de Grasse, el "Allée des Philosophes", così como le llamaba Aor en recuerdo de la visita de Fulcanelli. El huésped era un joven estadounidense de origen holandés André VandenBroeck, que se acercó al anciano esoterista para conocerlo después de haber leído alguno de sus libros. Aor lo reconoció como un igual: inteligente, poliglota, versátil y, sobre todo «un homme qui brule», tal y como lo definió inmediatamente. Entre 1959 y 1960, André se vuelve una especie de confidente y "discípulo" de Aor; su testimonio lo dejará en un libro sumamente interesante: Al-Kemi: A Memoir. Hermetic, Occult, Political and Private Aspects of R. A. Schwaller de Lubicz4. Desafortunadamente, la relación entre ambos rápidamente se deterioró y finalizó definitivamente debido a la desconfianza política de André -de origen judío y se simpatías siniestras- y al pasado pre-fascista y con tendencias antisemitas de Schwaller y los Vigilantes (André André cita con cierta malicia la Lettre aux Juifs, firmada por Aor y publicada, junto a otras, como la, Lettre aux Artistes, Lettre aux Socialistes, Lettre aux Philosophes Occultes, aparecidas en «Le Veilleur» nel 1919).

«Era [...] un típico gentilhombre de la burguesía francesa -así lo describe VandenBroeck- [...] con todas las cualidades propias de esa condición, y con al menos alguno de sus inconvenientes. [...] Era un hombre de derecha. [...] La verdadera derecha es monárquica y teocrática; quiere la autoridad, prefiere el derecho divino, cree en las elites. [...] Una concepción que podría tener muchos puntos a su favor de no ser por su propensión a la demagogia, con el fascismo como expresión suprema».

Por el contrario, este es el retrato de Isha, a quien André encuentra así:

«Con su negro cabello lacio, su piel olivácea y sus ojos sobresalientes, Isha tenía un evidente toque de Medio Oriente. Usaba vaporosas vestimentas blancas, y pesados aretes, anillos y collares que le conferían una divina apariencia cíngara».

«Le debo precisar que nadie trabaja con mi marido excepto yo. Soy su única discípula»:

Así lo recibe su mujer. Pero en poco tiempo el joven se arriesga a romper el hielo y se introduce en la vida de la pareja:

«La misma Isha me dio los detalles de la experiencia casi mística a la que se vinculaba este conocimiento [alude a la comprensión simbólica del alfabeto jeroglífico]. ]. Esto sucedió en dos fases, en dos días de Navidad separados un año uno del otro; se refería a este episodio como "Le Plan des Anciens". Este plano, mapa, esquema o modelo (jamás a precisaron la forma [...] de la revelación a Isha) ofrecía, entre otras cosas, la posibilidad de colocar cierto número de jeroglíficos en un orden que tenía sentido, creando así un alfabeto natural. [...] Pero la cuestión era uno de los secretos mejor guardados por Isha, secretos que inmediatamente reconocí como la zanahoria que pendía en la vara [...]».

André, que definitivamente simpatizaba más con Aor que con su esposa, rápidamente pasó a estar bajo la jurisdicción del jefe de familia y dejó a Isha huérfana del aventajado discípulo.

Esto lo hacía mientras paseaba en el "Callejón de los Filósofos": y, junto con ellos, la sombra de Fulcanelli.

«Me llevó mucho tiempo encontrar la forma apropiada de lo que debía decir -confiesa Aor- y sólo en el Egipto faraónico he encontrado mi cifra, mi símbolo. Un simbolismo debe mostrarse, no se puede inventar y no puede ser convencional, como el lenguaje artificial de la lógica simbólica. ¿Se podría "inventar" la revelación crística? De ninguna manera. Debe florecer sobre la base del mito perenne, come símbolo, para, en su momento, nutrir con su cifra a algunos grandes autores, como lo hizo el Medioevo. Habría utilizado el símbolo crístico para decir ciertas cosas si Fulcanelli no me hubiese robado la idea [...]. Incluso me ha hecho un favor: impidió que mi obra se identificara con el simbolismo de las catedrales, y así me dejó disponible para Egipto, para Al-Kemi, para la alquimia. Se trata de la misma obra, naturalmente [...] pero lo que nos importa no es un renacimiento; es una resurrección».

Aor contó de manera muy fragmentaria pero explícita sus relaciones con Fulcanelli. En términos generales, el cuadro que dibuja coincide con el descrito por Geneviève Dubois en su acertado estudio Fulcanelli dévoilé (1992)5.

Intentaremos resumir los trazos más sobresalientes siguiendo los dos textos.
El mítico personaje del desconocido alquimista se reveló por primera vez al conocimiento del público no especializado en el libro de Louis Pauwels y Jacques Bergier El retorno de los brujos (1960), aunque en el ambiente esotérico ya era conocido desde hacía varios años debido a sus dos obras fundamentales, que eran, sin embargo, más citadas que leídas: Le Mystère des Cathédrales (1926) e Les Demeures Philosophales (1930). En realidad, como oficiosamente revelaron los dos estudiosos franceses, Fulcanelli no era otro que el mismo Schwaller de Lubicz.

Para Eugène Canseliet, por el contrario, gran divulgador de la alquimia y propagador máximo y "vergine vestale" del mito de Fulcanelli, el misterioso alquimista

«fue enviado por la Fraternidad Blanca para facilitar la evolución de la humanidad. Es un verdadero rosacruz [...] un maestro con poderes extraordinarios».



Eugéne Canseliet octagenario: el último depositario del secreto de Fulcanelli.



Un retrato juvenil de Isha, entonces todavía Jeanne Germain, esposa de Georges Lamy.

Canseliet fue discípulo de Jean-Julien Champagne desde la tierna edad de 16 años; Champagne mantuvo relaciones muy reservadas y estrechas con Aor. En el libro de VandenBroeck, cuando Aor habla de Fulcanelli, siempre piensa en Champagne pero, para no infringir su juramento, nunca nombra a este extraño personaje.
Aor precisa:

«Fulcanelli debe ser entendido como el nombre genérico de un esfuerzo múltiple que se extendió por casi medio siglo [...]. Recuerdo que cuando decía Fulcanelli se refería al grupo completo de escritores y "sopladores de humo"6: Canseliet, Dujols, Champagne, Boucher, Sauvage; todos ellos contribuyeron a dar forma a la producción de Fulcanelli, una vez que había difundido mi ideas entre ellos: mi investigación sobre las catedrales como vehículo. [...] Poco después de un lustro, surge la fantástica erudición, gran parte de ella atribuible a Dujols y un poco a Canseliet, al que se añade el trabajo gráfico de Champagne; así, estuvo listo un libro para su venta. Habíamos construido a la carrera, pero en el proceso nos faltó el momento, nos faltó la Palabra».

Aor alude a la llamada Confraternidad de Heliópolis7, compuesta por los personajes citados, pero en sus conversaciones con VandenBroeck habla de Fulcanelli come si fuera una sola persona, una persona de carne y hueso. En este caso, su referencia es sólo a Champagne.

El pintor Jean-Julien Champagne encontró al joven, que después se convertiría en Aor, en 1913; tenía alrededor de diez años más que él, y, aunque no surgió una verdadera afinidad y simpatía entre ambos, por motivos de recíproca utilidad dio inicio una colaboración secreta e intensa entre los dos. Champagne era un hombre extraño pero lleno de talento y contradicciones: alumno de los alquimistas León Gérome y Félix Gaboriau, maestro de Canseliet, admirador de Nicolás Flamel y de Basilio Valentino, bebedor empedernido, amigo íntimo de los novelistas Raymond Roussel y Anatole France, diseñador industrial e inventor locuaz (un trineo polar con propulsión de hélice), acérrimo enemigo del ocultismo pero en realidad asistente asiduo al Grand Lunaire -había falsificado la identificación de su padre para hacerse pasar por alguien mayor en cuanto a su aspecto-; aborrecía la electricidad, prefería las lámparas de petróleo y le gustaba vestirse con ropa del siglo anterior.

«Lo encontraba de manera muy natural -testimonia Aor- porque frecuentábamos el mismo café, la Closerie des Lilas en Montparnasse [...] Entonces estudiaba también el simbolismo de las catedrales góticas [...] que era otra expresión del simbolismo. Textos alquímicos esculpidos en piedra, igual que los que habíamos encontrado muchos años antes en Egipto [...]. Hablando con él me di cuenta que no era un dilettante ordinario, no era un "soplador de humo", ni un charlatán. Sabía lo que hacía desde un punto de vista práctico [...] pero había algunos aspectos que no comprendía, aspectos teóricos de lo que llamo doctrina. En sus primeros estudios fue muy influido por la filosofía científica árabe, en particular por Jabir. Había leído algo y sabía lo que podía ser materializado. Esa era su línea, pero también era el contraste entre nosotros y, por ello, nuestra complementariedad. Fue creador de una técnica del gesto apropiado, necesario para la obra, en lugar de dejar que fuera inspirado por una vía divina. ¡Pero que técnica! ¡Era un maniobrador increíble!».

Champagne, que había trabajado en una librería anticuaria, se apropió de un texto manuscrito que databa de 1830, y que daba instrucciones precisas para la fabricación alquímica de los famosos colores azul y rojo utilizados en los vitrales de la catedral de Chartres,

«colores reales que ningún producto químico es capaz de producir [...] vitrales impregnados en su masa por la volátil tinta del espíritu de los metales».

Logró recabar muchas notas y le propuso al futuro egiptólogo que le ayudara; estipularon una especie de contrato. Aor le había esclarecido la teoría y le enviaba una suma mensual a Champagne, mientras éste conducía los experimentos en el laboratorio. Una vez terminada la operación, prescindirían del resultado o de su fracaso, y andarían por caminos separados. Sus relaciones debían permanecer en el más absoluto secreto, so pena de muerte para quien infringiese el juramento.

Durante todo el período de la guerra, juntos o separadamente, los dos prosiguieron con sus trabajos. En ese tiempo, Aor le había mostrado a su compañero los apuntes sobre su estudio de las catedrales góticas y el simbolismo alquímico. Champagne le prometió buscar un editor dispuesto a publicar el texto, pero se lo devolvió rápidamente explicándole que se revelaban demasiados secretos y que no era el caso hacerlos públicos. Aor compartió la opinión de su colega y partió rumbo a Suiza, donde estaba a punto de iniciar el proyecto Suhalia.
El 15 de junio de 1926 se publica Il Mistero delle Cattedrali y Aor tiene la ingrata sorpresa de descubrir que, bajo el misterioso nombre de Fulcanelli, se había publicado su trabajo (con adiciones e intercalaciones extraídas del inmenso archivo del erudito Pierre Dujols8 y con ilustraciones de Champagne). De forma increíble, Aor no mostró rencor alguno hacia el plagiario; continuó enviando la mensualidad pactada y mantuvo inalteradas las condiciones del acuerdo.

«En el caso de Fulcanelli -comenta Aor a VandenBroeck- lo que se publicó es inexorablemente fragmentario, lleno de oscuridad innecesaria y carente de utilidad para un adepto que practique con seriedad, pero proporciona muchas municiones a los "sopladores de humo" con sus sentencias lapidarias. No representa un simbolismo propiamente dicho porque carece de la voz de su tiempo. [...] Por lo que se refiere a Fulcanelli, representaba un extraño caso en las artes herméticas o de cualquier otro tipo; era un técnico maravilloso sin un gramo de visión filosófica. Muchas personas cultas, con numerosas lecturas tras de sí, podrán ser cualquier cosa pero sin doctrina, sin visión. Porque en la época en que carecía de los medios, yo lo financié, le di la oportunidad de instalar un pequeño laboratorio y le proporcioné un estipendio mensual suficiente para vivir y continuar con la obra. Mantuve esto hasta el final, y continué hasta que ya no estuvimos juntos en Mas-de-Coucagno donde realizamos el experimento crucial. Muchos años después de eso, lo vi una sola vez, durante poco tiempo, en su lecho de muerte en su buhardilla de Montmartre».

Alrededor de 1930, Fulcanelli y Champagne paseaban por el "Callejón de los Filósofos", y discutían la última fase de su obra: el alquimista se había instalado temporalmente con su benefactor. Durante su convivencia, Aor dibujó con tinta roja un retrato extraordinariamente intenso de su compañero; Lucía Lamy, la hijastra, hace un esbozo distinto con palabras: un hombre desagradable que se comportaba de manera odiosa y bebía demasiado.

Finalmente, ese día, después de diecinueve años de pruebas, el experimento tuvo éxito.

«El fuego sólo se extingue cuando la Obra está completada y cuando la tintura completa impregna el vidrio, el cual, de decantación en decantación, queda absolutamente saturado y se vuelve luminoso como el sol...».

Una vez lograda la obra, según el pacto, finalizaron las contribuciones y las relaciones entre los dos. Champagne regresa a París, Aor se despide y comprende el siniestro brillo en la mirada de su compañero: "el síndrome del aprendiz de brujo" según VandenBroeck.

Menos de un año después, y contraviniendo las reglas establecidas, Champagne le escribe a Aor y le pide que vaya a París para comunicarle algo urgentemente. Los dos se encuentran de nuevo en un pequeño restaurante. Fulcanelli continuó con la obra y quiso repetir el experimento pero sin éxito. Sólo fue cuestión de las condiciones, del ambiente y de algunos detalles.

«¡Este loco! -Aor prosigue con su relato- ¡Hablaba como un doctor de Facultés! Lo interrumpí y rechacé discutir tales cuestiones en un lugar público. Le recordé nuestro pacto, me levanté y me fui. [...] Ya estaba enfermo cuando lo vi por última vez; suplicaba y se lamentaba de los disturbios que circulaban entonces. Pero persistía en el insano deseo de hacer un protocolo con lo que creía haber comprendido. Le recordé de nuevo su voto de guardar el secreto y le advertí que nada bueno podía resultar de infringirlo. Fue inútil. Seis semanas después me escribió anunciándome el resultado de un encuentro que había tenido con un número limitado de sus adeptos: les había revelado nuestro experimento.».

Aor corre a París un día antes de la cita, va a la buhardilla de Fulcanelli y lo encuentra agonizante: tiene un tumor canceroso en la pierna.

«Tenía un color negro [...] y casi no podía hablar. Se imagina, ¡ya no podía hablar! Allí aguardamos por largo tiempo; después, reclinó la cabeza. Creo que entendió. Me señaló una pila de cartas que estaba sobre el escritorio y me pidió que las guardara. Eran seis páginas del manuscrito sobre el que habíamos trabajado y que había robado, manuscrito que -no estoy muy convencido- era en el que reseñaba lo que habíamos hecho en aquél momento. Me hizo entender que quería que lo tuviera y que no existía copia del mismo. Lo guardé en mi bolsa y me fui. A la mañana siguiente había muerto».

El 29 de agosto de 1932, tres días después del deceso, el hombre que había inventado a Fulcanelli fue sepultado en el cementerio de Arnouille-les-Gonesse. Sobre su lápida -hoy desaparecida- se podía leer la leyenda Apostolus Hermeticae Scientiae. Aor cubrió los gastos del funeral y la lápida.

Desde entonces, Schwaller de Lubicz abandonó casi por completo la alquimia y las catedrales: la gran aventura de Al-Kemi iba a comenzar. El maestro, finalmente, había encontrado su vía simbólica e interrumpió su largo silencio; escribió algunas de sus obras mayores por las que hoy lo recordamos. Así se lo confesó a VandenBroeck en un pasaje denso que merece meditarse: «Los textos herméticos no se leen para obtener información sobre los procedimientos alquímicos, se leen para formarse una mentalidad y una percepción. [...] A lo largo de la historia del pensamiento occidental se mantiene la fractura entre los pitagóricos y los aristotélicos. Sólo que esa fractura reaparece otra vez: Kemi contra Babilonia. La sociedad contemporánea es la heredera de Babel. Pero corre paralelamente a la línea que se inicia con los faraones, y la mentalidad es la opuesta. El hecho se refleja de modo más claro en las matemáticas. Como se sabe, nada marca tanto el espíritu como los números. Hay una diferencia fundamental en la estructura científica interna si se concibe el dos como uno más uno o como la división de dos entre uno».




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Notas
1- El interés por su pensamiento es creciente. Recientemente apenas fue traducido al italiano La serpiente celeste del estadounidense John Anthony West (Milán: Corbaccio, 1999): un afortunado intento por divulgar y simplificar su compleja doctrina, no siempre accesible, que Schwaller de Lubicz y su mujer Isha recopilaron en sus largos estudios sobre el Egipto faraónico. Con algunas concesiones de suyo inevitables al ambiente del New Age, la obra es digna, aunque dudamos que hubiera recibido la aprobación de Schwaller, esoterista cerrado y francamente "difícil" que veía como algo snob la obra narrativa de su compañera, obra que consideraba excesivamente subjetiva y psicologizante. vuelve al texto ^

2- André Lebois, Presence de Milosz dans son oeuvre, France-Asie, marzo-abril de 1949. Citato da Jean Rousselot, O.V. de L. Milosz, Paris, 1955.
Citado en: Jean Rousselot, O.V. de L. Milosz, París, 1955. Se debería estudiar entonces la relación entre Los Vigilantes y el grupo mágico del Gran Lunario, que como emblema tenía al Bafomet y -según Robert Ambelain- se ocupaba también del satanismo y la magia negra. Jean-Julien Champagne lo frecuentó junto con Schwaller. Para el anecdotario: un ex miembro, Jules Boucher, cuando abandonó el Gran Lunario, se hizo exorcizar por el obispo gnóstico de Lyon. vuelve al texto ^

3- Al-Kemi proviene de Kemit, "la negra", debido a la tierra negra del Valle del Nilo; de este nombre los griegos derivaron el vocablo Khemia. Come dice Hermes Trismegisto a Asclepio: "Tal vez ignoras, oh Asclepio, que Egipto es la copia del cielo, o, para decirlo mejor, el lugar al que se transfieren y se proyectan hacia abajo todas las operaciones que gobiernan y ponen en funcionamiento la fuerza celestial. Aún mejor: para decir toda la verdad, nuestra tierra es el templo del Mundo entero". Al-Kemi es la aplicación de la Gnosis Hermética. Como lo sintetiza muy bien Isha en el prefacio a Her-Bak: "Para la sabiduría egipcia, el verdadero principio viviente es el Hombre, en el que están encarnados los principios y las funciones cósmicas, los Neter. Y los templos son las "casas" en los que están representados los símbolos de estos Neter, porque el hombre aprende a reconocer en sí los elementos del gran Mundo, del cual es el resultado y representa su síntesis". En otras palabras, como apunta Aor en La teocracia faraónica: "Noi Traducimos la prescripción teológica con el término "religión", pero el sentido atribuido hoy a este término no es el adecuado a la mentalidad del período faraónico. El antiguo Egipto no tenía "religión", de acuerdo con los testimonios escritos de más de cuatro mil años: todo era enteramente religión, en su acepción más amplia y más pura". vuelve al texto ^

4- New York: Indisfarne Press, 1987. De VandenBroeck recordamos tambiién otro libro: Philosophical Geometry, Inner Traditions International, Rochester, 1987. Texto muy complejo, de inspiración pitagórica, que debe mucho a los conceptos de Aor. vuelve al texto ^

5- Geneviève Dubois, Fulcanelli: svelato l'enigma del più famoso alchimista del XX secolo, Mediterranee, Roma, 1996. vuelve al texto ^

6- Se llamaban "sopladores de humo" --con evidente desprecio por parte de los verdaderos alquimistas-- a los alquimistas materialistas y a los proto-químicos. Conocidos también los falsos alquimistas como "fabricantes de carbón", hay entre sus filas algunos personajes que cobraron notoriedad, como el siniestro Cagliostro y el mismo Casanova [n.d.t.]. vuelve al texto ^

7- En el interior de este estrecho círculo se difundió, en relación a la figura de Fulcanelli, la leyenda alquímica del Lenguaje de las aves, argot oculto basado en la lengua griega, con el cual los iniciados intercambiaban sus secretos. Según Aor, por el contrario, actualmente sólo es posible que la cábala provenga de los jeroglíficos egipcios. vuelve al texto ^

8- También Dujols -quien morirá en el mismo año de 1926- probablemente al enterarse del oscuro plagio perpetrado, sufrirá el saqueo por parte de sus hermanos de Heliópolis: su abundante archivo sobre monumentos de carácter alquímico, junto con los de Canseliet y de Champagne, se publicará en 1930 como la segunda obra de Fulcanelli, bajo el título de Las moradas filosofales. vuelve al texto ^

Walter Catalano

FUENTE: http://www.estovest.net/prospettive/schwaller_es.html

LAS TRADICIONES IGUALITARIAS Y UTÓPICAS

Jean Chesneaux [2]

El primitivo Islam, probablemente más aún que el Cristianismo primitivo, estaba impregnado de un cierto clima igualitario y comunitario, expresión de la fraternidad ideológica que unía a los primeros discípulos del Profeta (más que de las tradiciones comunitarias de los beduinos del desierto, como durante mucho tiempo se creyó, porque el movimiento se implantó antes entre las gentes humildes de la ciudades). Mahoma lanzaba invectivas contra los ricos y la acumulación de riquezas. Algunos autores han insistido en este aspecto, hasta el extremo de hacer del Islam primitivo un movimiento esencialmente social, cuyo aparato religioso no intentaba más que reforzar la presión moral contra los ricos, con la amenaza del juicio final. H. Grimme, por ejemplo, cuya obra La vida de Mahoma apareció en 1832, en la época de los grandes progresos de la socialdemocracia alemana, proponía considerar al Islam como “un intento de tipo socialista para oponerse a las excesivas imperfecciones terrestres”; los ricos son la clase pecadora. Las mismas ideas fueron expuestas por un marxista arabizante de Bakú, Bendeli Djawzi, en los primeros años del régimen soviético. También él ve en el Profeta esencialmente un reformador social.

Estas ideas, con esta formulación tan simplista, fueron criticadas por los especialistas. El Islam primitivo es un fenómeno mucho más complejo, aunque posee efectivamente un aspecto igualitario, simbolizado por ejemplo en la figura de Abu Dharr al-Ghiffari, uno de los compañeros de Mahoma. Se le ha podido llamar “un socialista anterior a la existencia de este término” (L. Gardet). Adopta una actitud ascética en relación a las riquezas y ataca a los aprovechados del séquito del califa Mu’awiya. Se le atribuyen sentencias según las cuales, por ejemplo, cada uno debía gastar al servicio de Dios o en beneficencia toda la parte de su fortuna o de sus ingresos que superara estrictamente sus necesidades. Entre los “tres hombres queridos por Dios” citaba al que da en secreto, y no para que le contemplen públicamente, la limosna al mendigo, y entre los “tres hombres odiados por Dios” el rico inicuo. Después de la muerte de Mahoma parece que tuvo que exiliarse. En el siglo XX, los marxistas y los comunistas le han revindicado como precursor.

Abu Dharr al-Ghiffari, muerto en 652, se considera como padre del sufismo [3] , mística musulmana por la Louis Massignon experimentaba una predilección tan viva [4] . El desprecio de las riquezas es un elemento del sufismo, cuyo un eminente representante es, a principios del siglo XV, el gran jurisconsulto otomano Badr-ed-Din (1358-1416). Badr-ed-Din renunció a una carrera brillante para predicar una comunidad de bienes y aglutinar masas de gente pobre. Incluso llegó a cooperar con los jefes de un motín campesino, Mustafá y Torlak, de los que se convirtió en “el líder ideológico” (Enciclopedia del Islam). Fue ahorcado al ser derrotado el levantamiento, y su nombre sigue siendo muy popular en Turquía. Nazim Hikmet, uno de los fundadores del comunismo en ese país, veía en él al padre del socialismo, y le consagró una epopeya:


Los hombres habían abierto esa tierra
sin muros y sin límites como una mesa de hermanos...
los diez mil habían dado sus ocho mil para poder
cantando todos a coro
sacar todos juntos las redes de las aguas
trabajar el hierro como un encaje
labrando la tierra a coro
comer todos juntos los higos llenos de miel
estar juntos en todo y para todo
salvo encima de la mejilla de la mujer querida. [5]


Toda la Edad Media musulmana está jalonada de sublevaciones campesinas, de las que la conjura de Burklüdje Mustafá y Torak Hu Kemal no es más que un ejemplo entre otros muchos. Esos movimientos presentan un carácter igualitario muy marcado. Sus adversarios les acusaban de preconizar no sólo la comunidad de tierras, sino también la de las mujeres. De hecho, eran hostiles sobre todo a la poligamia, al acaparamiento de mujeres por los ricos y poderosos. Esos movimientos igualitarios fueron muy numerosos, sobre todo en Irán. Ese es el caso del motín de Arit. Ibn Soraidj en el Jorasán, en el siglo VIII. En esa misma región estalló la sublevación de Abu Muslim, que levantó contra los Omeyas la bandera negra de los Abasidas y llevó al poder a esta nueva dinastía en 750; el movimiento abasida, en el que también participó la aristocracia, fue ampliamente apoyado por los campesinos. El Irán se agita de nuevo en el siglo IX por la sublevación agraria de Babak (secta de khurammi ) y de Mazyar, que reparte la tierra de los ricos propietarios agrarios y dispersa sus harenes. Desde la rebelión mazdakiana [6] del siglo V hasta Abu Muslim, Babak y Mazyar, la continuidad es manifiesta y expresa las aspiraciones de los campesinos iraníes a una sociedad más justa.

Aún más célebre es el gran movimiento colectivista de los cármatas, al que Massignon llama “comunismo inicial”. Su jefe, Hamdam Qarnat, comenzó a predicar en Arabia hacia finales del siglo XI una insurrección igualitaria que se extendió a principios del siglo X al Yemen y a Jorasán, a Siria y a Bahrein. En esta última región lograron durante algún tiempo mantener un pequeño Estado comunitario, aunque en una zona marginal, beduina. Los bienes se poseían en común, por una extensión del principio musulmán de la zakat , del diezmo debido a la comunidad. “Cada uno –dice un cronista– trabajaba con asiduidad y emulación a fin de merecer un rango distinguido por los servicios que prestaba a la comunidad.”

El movimiento cármata apareció al poco de otro movimiento social igualitario muy particular, el movimiento de los esclavos zendj de los grandes latifundios del bajo Éufrates, en 869-883. Parece que fundaron un efímero Estado igualitario en la región de Basora, sobre el que los documentos son muy vagos. Los marxistas árabes los han saludado como precursores, como “espartaquistas del Islam”. De hecho, se trató de un movimiento muy localizado y muy particular, porque el cultivo de grandes propiedades con mano de obra esclava no era frecuente en el Islam medieval, y no continuó en esta región después de la revuelta de los zendj, que eran negros traídos de África.

En otros movimientos campesinos del mundo musulmán es el aspecto milenarista el que aparece más claro. Estos movimientos apelan al Mahdi, el Liberador o más bien Restaurador, que vendría a restablecer el espíritu del Islam primitivo, a expulsar a los dirigentes corrompidos y a los enriquecidos. El Mahdi, portador así de una ambivalencia entre el pasado y el futuro, vendrá a instaurar un mundo de justicia y de equidad, a asegurar a todos los musulmanes una prosperidad sin igual. “La tierra dará todos sus frutos y los cielos derramarán sus lluvias, ese día el dinero será como pisoteado en el suelo y no se contará.” [7] Esta tradición de milenarismo mahdista se ha mantenido a lo largo de toda la historia del Islam, desde los ismaelitas de Siria (“la orden de los asesinos”) [8] hasta los movimientos modernos del Sudán y Cirenaica [9] . También impregna las órdenes de derviches, como los Bektashiyya [10] , bajo la forma de un elogio a la pobreza (“el dinero será como pisoteado en el suelo y no se contará...”).

El movimiento cármata tenía aspectos filosófico-religiosos y no sólo sociales; Massignon lo relaciona con la gnosis neoplatónica. Pero los elementos políticos de la tradición platónica no parecen haber tenido más que un lugar muy reducido en el pensamiento medieval musulmán. El único representante notable es Al-Farabi (“Avennason”), originario del Turquestán y muerto en Damasco hacia 950. Uno de sus principales escritos se titula Sobre los principios de las opiniones de los habitantes del Estado perfecto; en la más pura línea platónica, critica toda una serie de sistemas políticos: las oligarquías, las ciudades de placer, las democracias, etc. A las ciudades degeneradas, por ignorantes, opone la “ciudad perfecta”. Su originalidad reside en que extiende la visión de Platón desde una ciudad localizada a una comunidad humana sin límites, una umma dirigida por un príncipe-filósofo. [11]

En el mundo musulmán clásico, las tendencias igualitarias y comunitarias se manifiestan también en forma de grupos y asociaciones privadas o semiprivadas, algunas de las cuales perduraron hasta el umbral del mundo moderno: las comunidades aldeanas ( yemaa), las corporaciones (sinf), con su juramento caballeresco de solidaridad (futuwwa) y las sociedades fraternas de ayuda mutua (akhi).

La yemaa, tal como pudo estudiarla Jacques Berque en Marruecos en pleno siglo XX, es a la vez una colectividad rural y el “colectivo” que asegura su dirección (especie de conseja de ancianos). Sus orígenes son muy antiguos, y a lo largo de los siglos ha conservado una fuerte solidaridad consuetudinaria, incluso cuando las tierras de cultivo son objeto de apropiación individual, lo que subraya de nuevo el carácter relativo, no absoluto, de la propiedad privada en la sociedad musulmana.

Estas tradiciones comunitarias también son importantes en los pueblos, bajo la forma de corporaciones de oficios o sinf. Algunos autores, como L. Massignon, han sugerido que podrían haberse formado como consecuencia de la insurrección cármata, en particular en el Egipto fatimita. Los artesanos llevaban vida en común, se repartían los pedidos recibidos, etc. Estaban ligados por un juramento de iniciación, la futuwwa, signo de solidaridad entre esas pobres gentes, rechazadas por la sociedad “respetable”, y que se dotaban de su propio código de honor. La noción de futuwwa tiene, por otra parte, implicaciones mucho más complejas [12] . Es también un juramento entre jóvenes “que se asocian para llevar en común la vida más confortable posible, en un ambiente de solidaridad, de afecto mutuo, de camaradería (con puesta en común de los bienes)”. Pero la futuwwa también puede servir para cimentar la unidad de los “desarrapados” (ayyarun ), que fomentan las insurrecciones urbanas en periodos de relajación de la autoridad; esa pobre gente atacaba a los ricos, “forma elemental de recuperación de clase que no se considera condenable”; tal es, por ejemplo, el caso de Bagdad en los siglos XI y XII. No se pasó hasta más tarde a la noción de solidaridad en el seno de una asociación de oficios.

Las sociedades akhi, documentadas en Asia Menor hacia los siglos XIII-XIV y que llamaron la atención, por ejemplo, del gran viajero árabe Ibn Battuta [13] , agrupaban también a las capas humildes de las profesiones urbanas. Los miembros de estas asociaciones se reunían en casa de su presidente cada noche y aportaban sus ganancias diarias para cubrir los gastos de la asociación y los gastos de las comidas en común. Pero también representaron un papel político y participaron en los movimientos contra las dinastías impopulares.

Hasta aquí sólo hemos visto tendencias marginales y perfiles episódicos: los cármatas y Badr-ed-Din, Al-Ghiffari, Al-Farabi, el mahdismo. Pero algunos autores han sostenido que las tradiciones utópicas igualitarias y comunitarias impregnaron más ampliamente toda la sociedad musulmana clásica. Tal es, en particular, la opinión de L. Massignon, H. Laoust o L. Gardet.

Estos autores insisten en el carácter igualitario y comunitario de la noción de umma, es decir, de la colectividad de los musulmanes. La “ciudad” musulmana, en el sentido ideal del término, sería una sociedad basada en el consenso ( ijma) de todos los creyentes; la noción de umma aparece como un factor de unificación de las ciudades terrestres. Ese carácter igualitario se expresa también en la concepción musulmana de la propiedad, por supuesto que en el plano teórico. La sunna , el conjunto de los preceptos del Islam, dice que, según Dios, “no puede ser propietario de tierras más que el que aplica su propio trabajo, más que el que la cultiva personalmente”. Es decir, la propiedad de la tierra no es un derecho ilimitado, sino que está condicionada por la explotación del suelo. En princiio, “el musulmán no puede usar libremente de sus bienes; debe dar cuenta de ello a la comunidad” [14] (L. Gardet); se trata de una ética económica “comunitaria e igualitaria” (H. Laoust). Este carácter comunitario se expresa según estos intérpretes en la institución del zakat, la limosna legal, aportada por todos con fines solidarios, y cuya función teórica es borrar por lo menos parcialmente las desigualdades de fortuna. La predicación igualitaria de Hamdam Qarmat se basaba en el principio de la zakat, para llevarlo a la colectivización completa de todos los bienes.

Este carácter limitado y social de la propiedad se expresaría también en la institución del waqf, de los bienes de manos muertas afectos a fundaciones de interés colectivo: hospitales, traídas de agua, alcantarillas, baños, cementerios, escuelas, diversas obras de beneficencia. La institución del waqf sería expresión de un “espíritu de ayuda mutua y de desapropiación personal, bajo el alto señorío de Dios” (L. Gardet).

Otro concepto islámico, el de riba, también se ha utilizado para apoyar esta tesis del carácter comunitario de la moral musulmana, cuando no de la sociedad musulmana real. Según el propio Mahoma, la riba, es decir, la ampliación de la fortuna, es un pecado muy grave. Pero ¿debe entenderse por ésta toda actividad mercantil o financiera, como algunos han pensado? En realidad, esta noción tiene un sentido mucho más estrecho; se trata ( Enciclopedia del Islam) de “toda ventaja pecuniaria ilegítima, sin un equivalente en servicios prestados”, de toda ganancia excesiva y, por ejemplo, de la usura.

En el mismo sentido se han citado a menudo varios hadith (sentencias atribuidas a Mahoma, pero escritas mucho después de su muerte) como “el aire, el agua y los pastos pertenecen a todos”; “el que da vida a una tierra se convierte en propietario de ella”; “los hombres son iguales por naturaleza entre ellos, como lo son los dientes del peine del tejedor”...

¿Cuál es la realidad? Sin duda, la sociedad musulmana era realmente igualitaria de derecho. Pero ¿es una sociedad “justa”? De hecho, sus prescripciones son muy limitadas: limitación del préstamo con interés, igualdad de todos ante la ley, ayuda de la gente afortunada en beneficio de los más pobres. Se consideran como normales las desigualdades de fortuna y las actividades lucrativas. En cuanto a la “práctica económica del mundo musulmán medieval”, como ha demostrado M. Rodinson, está muy lejos de esa vaga idea de justicia social. La usura era floreciente. La prosperidad del mundo musulmán se basaba en el comercio por mar y por caravanas, en busca de beneficio.

Parece que debe hablarse de tendencias igualitarias, utópicas y comunitarias en el interior de la sociedad islámica, más que de tendencias características de esa sociedad en su conjunto.




BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA


- BIRGE (J. K.), The Bektashi Order of Derwish , Londres, 1937.
- Enciclopedia del Islam, nueva edición, hasta la letra G; edición antigua, en especial las palabras: “Akhi”, “Badr-ed-Din”, “Bektashiyya”, “Abu Dharr al-Ghiffari”, “Al-Farabi”, “futuwwa”, “Mahdi”, “Mazyar”, “cármatas”, “riba”, “sinf”.
- GARDET (L.), La Cité musulmane, París, 1953.
- POPOVIC (A.), Ali Ibn Muhammad et la révolte des esclaves à Basra, París, 1955 (tesis de Universidad).
- RODINSON (M.), Islam y capitalisme, París, 1966.
- “La vie de Mahomet et le problème sociologique de l´Islam”, Diogène nº 20, octubre 1957.
- ROSENTHAL (E. I. J.), Political Thought of Medieval Islam, Cambridge, 1962.



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NOTAS.-

[1] Historia general del socialismo, vol. 1. De los orígenes a 1875, Ediciones Destino, Barcelona, 1976, págs. 43-49. (Nota de la Redacción).

[2] Jean Chesneaux (1922-2007) fue un historiador experto en historia de Asia y militante político. Profesor de la Universidad de París VII y de l'École des hautes études en sciences sociales, fue también presidente de la sección francesa de Greenpeace entre 1997 y 2004. (Nota de la Redacción).

[3] Más que el fundador del sufismo, la figura de Abu Dharr al-Ghiffari se asocia con la de ‘Ali Ibn Abu Talib, primo y yerno del Profeta, a quien sí se puede considerar como el precedente más antiguo del sufismo dentro del Islam, pues todas las cadenas iniciáticas (silsila) de las órdenes sufíes pasan por su persona. (Nota de la Redacción).

[4] En castellano, pueden encontrarse diversas obras del autor dedicadas a la mística del Islam, tales como La pasión de Hallaj , Editorial Paidós, Barcelona, 2000; Ciencia de la compasión , Editorial Trotta, Madrid, 1999; La guerra santa suprema del Islam árabe , Editorial Olañeta, Barcelona, 2007. (Nota de la Redacción).

[5] Nazim Hikmet, Anthologie poétique , París, 1951, pág. 54. Los últimos versos son una respuesta a la acusación hecha a menudo por los historiadores musulmanes a los movimientos igualitarios campesinos de la Edad Media: la comunidad de mujeres. Sobre este punto, cf. más adelante.

[6] La mayor parte de la población iraní antes del Islam profesaba el Zoroastrismo, religión que a finales del siglo V d.C. y comienzos del VI había sufrido una fuerte conmoción como consecuencia de la predicación de un reformador religioso llamado Mazdak, quien dio vida a un movimiento social con fuertes tintes revolucionarios, dejando una profunda huella en la sociedad. Para ver la relación entre este acontecimiento y la expansión del Islam en Persia, véase Redacción Alif Nûn, “ Nacimiento y expansión del Islam ”, en revista Alif Nûn nº 59, abril de 2008. (Nota de la Redacción).

[7] Citado por la Enciclopedia del Islam, artículo “Mahdi”. (Sobre la figura del Mahdi, puede consultarse en castellano, Emilio Galindo Aguilar (Dir.), Enciclopedia del Islam , Darek-Nyumba, Madrid, 2004, págs. 297-298. [Nota de la Redacción])

[8] Para más información sobre “la orden de los asesinos”, véase W. C. Bartlett, Los asesinos , Editorial Crítica, Barcelona, 2006; Bernard Lewis, Los asesinos: una secta islámica radical, Alba Editorial, Barcelona, 2002; Vladimir Bartol, Alamut , Editorial Muchnik, Barcelona, 2001; Edward Burman, Los Asesinos. La secta de los guerreros Santos del Islam, Martínez Roca Ediciones, Madrid, 1988. (Nota de la Redacción)

[9] El autor se refiere, respectivamente, a la rebelión de Muhammad Ahmad ibn as-Sayyid Abd Allah (1844-1885) contra la ocupación anglo-egipcia de Sudán (véase Basil Dearden (Dir.), Kartum , Metro-Goldwyn-Mayer, USA, 1966) y a la revuelta de Omar Mujtar (1862-1931) contra la ocupación italiana de Libia (véase Moustapha Akkad (Dir.), El león del desierto , Falcon International Porductions, Inglaterra, 1979). (Nota de la Redacción).

[10] Para más información sobre esta orden sufí, véase Natalie Clayer, “La Bektashiya”, en Las sendas de Allah , Edicions Bellaterra, Barcelona, 1997, págs. 577-591. (Nota de la Redacción).

[11] Para más información, véase Muhsin S. Mahdi, Alfarabi y la fundación de la filosofía política islámica , Herder Editorial, 2003, Barcelona. (Nota de la Redacción).

[12] Incluidas las de carácter espiritual, no consideradas en este texto. Para más información, véase Ibn ‘Arabí, Textos sobre la caballería espiritual, Editorial Edaf, Madrid, 2006, y en especial la introducción de Andrés Guijarro realizada para esta obra, págs. 9-21. (Nota de la Redacción).

[13] Véase Ibn Battuta, A través del Islam , Alianza Editorial, Madrid, 2005. (Nota de la Redacción).

[14] A este respecto, dice el Dr. Abdul Karim Zaidan: “El ejercicio del poder sobre otros está condicionado a proteger sus intereses. No existe la autoridad absoluta de unas personas sobre otras, como tampoco la propiedad absoluta del propietario sobre la propiedad ni del poseedor sobre lo poseído”. Véase “ Introducción al estudio de la sharî‘a islámica (I) ”, en revista Alif Nûn nº 30, septiembre de 2005. (Nota de la Redacción).

Batalla contra el diablo en México

Alberto Nájar
BBC Mundo, México

La Iglesia Católica recientemente inauguró el primer recinto dedicado a practicar exorcismos.

Al principio, el diablo empieza a gritar: "¡Cállate, cállate!". Luego obliga a su víctima a agredir al sacerdote con golpes, patadas, escupitajos. Algunos hablan en lenguas antiguas. En casos extremos levitan o sangran.

Para contenerlos son necesarias varias personas, porque los poseídos cobran una fuerza inhumana.

Es un exorcismo. Un rito cada vez más frecuente en México, reconoce la Iglesia Católica, que recientemente inauguró el primer recinto dedicado exclusivamente a combatir las andanzas de Lucifer en el país.

Se trata de la Capilla de las Benditas Ánimas del Purgatorio, construida en Querétaro, al centro de México.

En ese estado se ha presentado una inusual ola de posesiones e influencias del demonio, señaló Rogelio Cano, rector de la Catedral de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, donde se ubica la capilla.

"Aumentaron los casos porque hay muchos grupos satánicos. Hemos visto posesiones diabólicas, y por eso la necesidad de contar con un lugar especial para los ritos", dijo en conversación con BBC Mundo.

Pero no sólo en Querétaro abundan los exorcismos. Datos de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) revelan que en el país se realizan hasta cinco ceremonias de este tipo al día.

Cada una de las 86 diócesis en que se divide la Iglesia en México tiene sacerdotes exorcistas.


Legiones demoníacas

Los enviamos con psiquiatras, y cuando se dan cuenta que las conductas ya no son de su área empezamos a tratarlos

Salvador Espinoza, vicario general de la Diócesis de Querétaro

Un exorcismo es, básicamente, una jornada de oraciones especiales para expulsar un demonio del cuerpo de la persona a la que ha poseído, o sobre la que mantiene alguna influencia, explicó Salvador Espinoza, vicario general de la Diócesis de Querétaro.

Antes de iniciar el rito los sacerdotes descartan que la víctima tenga trastornos mentales.

"Los enviamos con psiquiatras, y cuando se dan cuenta que las conductas ya no son de su área empezamos a tratarlos", señaló.

Los exorcismos pueden ser sencillos o muy complicados, según el poder del demonio al que se enfrenten.

De hecho, los sacerdotes exorcistas deben conocer la identidad del espíritu maligno y por eso le preguntan su nombre.

"A veces responden: ‘somos legión’ y eso quiere decir que hay muchísimos demonios. Siempre hay uno muy poderoso que cuesta mucho sacarlo, pero logramos expulsarlo", explicó.

Generalmente las ceremonias son individuales. "Cuando tratamos a varias personas los demonios se apoyan entre ellos, y cuesta más trabajo sacarlos", dijo Espinoza.


"Tiemblan las rodillas"


La mayoría de los exorcismos se practican a personas "influenciadas por algún espíritu maligno".

¿Cómo identifican a un poseído?

"La persona rechaza a Dios y todo lo sagrado, después comienzan a hablar en idiomas antiguos, tienen fuerza sobre natural. A veces ni diez personas pueden contenerla", explicó Rogelio Cano.

"En algunas ocasiones la víctima levita, vuelve el estómago o sangra porque el demonio busca dañar a su víctima", añadió el vicario Espinoza.

"También nos asustamos, a veces tiemblan las rodillas o el cuerpo entero. Pero ni modo, tiene uno que sobreponerse", reconoció.

Estos casos extremos no son comunes, aseguran los sacerdotes. La CEM dice que habría unos cinco al mes en todo el país.

Y es que la mayoría de los exorcismos se practican a personas influenciadas por algún espíritu maligno, o que están en riesgo de posesión.

El sacerdote Rogelio Cano asegura que el problema ha aumentado por la influencia de algunos medios de comunicación, que promueven conductas poco religiosas.

Una muestra, según la Iglesia, es que el demonio que más aparece en México es el de la lujuria. "Está extendido por todas partes, es el que más problemas de conducta nos ha causado", aseguró Cano.

Trampas japonesas

El video lo ví en el blog de Pedro Salinas. Es la muerte http://lavozatidebida.lamula.pe/


Saludos