sábado, 26 de enero de 2008

El Concepto de lo Político II Carl Schmitt

Este segundo post, es la continuación del trabajo del Jurista Carl Schmitt, espero sea de vuestro interés, es simplemente un trabajo introductorio, del concepto "Político".
Saludos
No escribiré nada por las acusaciones, muchas de ellas falsas, sobre su papel en el Nazismo.

EL CONCEPTO DE LO POLÍTICO
(Texto de 1932)
1. Estatal y político
El concepto del Estado presupone el concepto de lo político. De acuerdo con el lenguaje que hoy se utliza, Estado es el status político de un pueblo organizado dentro de un espacio territorial delimitado. Con ello se ha dado solamente una perífrasis, no una definición conceptual del Estado que tampoco es necesaria aquí en dónde se trata de la esencia de lo político. Podemos permitirnos dejar abierta la cuestión de qué es esencialmente el Estado; si es una máquina o un organismo, una persona o una institución, una sociedad o una comunidad, una empresa o un colmenar, o hasta una "serie fundamental de procesos". Todas estas definiciones e imágenes contienen cantidades demasiado grandes de interpretación, determinación, ilustración y construcción y, por lo tanto, no pueden constituir un adecuado punto de partida para una exposición simple y elemental. De acuerdo a su sentido semántico y como fenómeno histórico el Estado es la condición especial de un pueblo, y a saber: la condición determinante dado el caso decisivo y por ello, frente a los muchos status individuales y colectivos imaginables, el status a secas. Más por el momento no se puede decir. Todas las demás características de este conjunto abstracto — status y pueblo — obtienen su sentido a través del caracter adicional de lo político y se vuelven incomprensibles cuando se malinterpreta la esencia de lo político.
Es raro hallar una clara definición de lo político. La mayoría de las veces la palabra es empleada sólo en un sentido negativo, a modo de contraste contra muchos otros conceptos, en antítesis como política y economía, política y moral, política y Derecho; y, dentro del Derecho, política y Derecho Civil, etc. [9]. A través de estas confrontaciones negativas y frecuentemente también polémicas, es muy posible — dependiendo del contexto y de la situación concreta — que se pueda describir algo satisfactoriamente claro. Sin embargo, esto todavía no constituye una determinación de lo específico. En general lo "político" es equiparado con lo "estatal" o, al menos, se lo relaciona con ello. [10] El Estado aparece, pues, como algo político; y lo político como algo estatal — evidentemente un círculo insatisfactorio.
En la literatura jurídica especializada se pueden encontrar muchas de esas circunlocuciones de lo político las que, en la medida en que no tienen un sentido polémico-político, pueden entenderse como emergentes del interés práctico-técnico en la resolución jurídica o administrativa de casos individuales. Adquieren significado a partir del hecho de presuponer sin cuestionamientos a un Estado preexistente, dentro de cuyo marco se mueven. Así, por ejemplo, en el régimen de asociaciones existe jurisprudencia y literatura relacionadas con el concepto de la "asociación política", o de la "congregación política". [11] Más allá de ello, la praxis del Derecho Administrativo francés ha intentado instituir un concepto de móvil político ("mobile politique") con cuyo auxilio los actos "políticos" de gobierno ("actes de gouvernement") se deberían diferenciar de los actos administrativos "apolíticos" y podrían sustraerse del control jurídico administrativo. [12] [13]
En el fondo, esta clase de definiciones concurrentes a las necesidades de la práctica jurídica buscan tan sólo un asidero práctico para delimitar los fenómenos reales que surgen en el interior de un Estado y en su práctica jurídica. No tienen por objeto una definición genérica de lo político entendido en términos absolutos. Por ello es que les es suficiente establecer su relación con el Estado o con lo estatal, siempre y cuando el Estado y las instituciones estatales puedan ser supuestas como algo obvio y firme. También aquellas definiciones conceptuales genéricas de lo político que no contienen más que una referencia al Estado — o que implican una expansión conceptual del mismo — resultan comprensibles, e incluso científicamente justificadas, en tanto y en cuanto el Estado posea el monopolio de lo político; es decir: en la medida en que el Estado sea realmente una magnitud clara, unívocamente determinada, y contraste con los grupos y a las cuestiones no-estatales que, precisamente por ello, resultarán "apolíticas". Éste ha sido el caso allí en dónde el Estado no reconoció a una "sociedad" como antagonista (p.ej. en el Siglo XVIII) o, por lo menos, se situó como un poder estable y diferenciable por sobre la "sociedad" (como en Alemania durante el Siglo XIX y hasta entrado el Siglo XX). [14]
Por el contrario, la ecuación estatal = político se vuelve falsa y engañosa en la misma medida en que el Estado y la sociedad se compenetran mutuamente; en la medida en que todas las cuestiones otrora estatales se vuelven sociales y, viceversa, todas las cuestiones "tan sólo" sociales se vuelven estatales, tal como sucede necesariamente en una colectividad democráticamente organizada. En un caso así, las áreas que hasta ese momento habían sido "neutrales" — religión, cultura, educación, economía — pierden su "neutralidad" en el sentido de que dejan de ser no-estatales y no-políticas. El Estado total sustentador de la identidad de Estado y sociedad — un Estado que no se desinteresa por ningún rubro y que potencialmente abarca a todos los rubros — aparece como contra-concepto polémico, opuesto a estas neutralizaciones y despolitizaciones de importantes rubros. En él, por consiguiente, todo es político, al menos en cuanto posibilidad, y la referencia al Estado ya no está en condiciones de fundamentar un caracter diferenciador específico de lo "político".
La evolución va del Estado absoluto del Siglo XVIII, pasando por el Estado neutral (no-intervencionista) del Siglo XIX, hasta el Estado total del Siglo XX. (Cf. Carl Schmitt "Der Hüter der Verfassung" [El Guardián de la Constitución] — Tübingen 1931 — págs.78-79). La democracia tiene que abolir todas las diferenciaciones y despolitizaciones típicas del Siglo XIX liberal y, junto con la oposición Estado — Sociedad (= político contra social), también debe dejar de lado las contraposiciones y separaciones que esa oposición tenía en correspondencia con la situación del Siglo XIX. Vale decir, las siguientes:
religioso (confesional) como antítesis de político
cultural como antítesis de político
económico como antítesis de político
jurídico como antítesis de político
científico como antítesis de político
y muchas otras antítesis, completamente polémicas y, por ello, también otra vez intrínsecamente políticas. Los pensadores más profundos del Siglo XIX lo descubrieron pronto. En las consideraciones sobre la Historia Universal de Jacob Burkhardt (de aproximadamente por la época de 1870) se encuentran las siguientes expresiones sobre la "democracia, esto es: una cosmovisión producto de la confluencia de mil fuentes distintas y muy variada de acuerdo a la estratificación de sus sostenedores pero que es consecuente en una cosa: en que para ella el poder del Estado sobre el individuo nunca puede ser suficientemente grande, de modo que borra las fronteras entre Estado y sociedad, adjudicándole al Estado todo lo que la sociedad previsiblemente no hará, pero queriendo mantenerlo todo permanentemente discutible y móvil con lo que termina reivindicando para determinadas castas un derecho especial al trabajo y a la subsistencia". Burckhardt también percibió bien la contradicción intrínseca entre democracia y el Estado Constitucional liberal: "El Estado, pues, por un lado debe ser la realización y la expresión de la idea cultural de cada partido y, por el otro, solamente la expresión visible de la vida burguesa, ¡pero cuidado: poderoso tan sólo ad hoc! Debe ser un Estado que debe poder hacerlo todo, pero al que no le debe estar permitido hacer nada, concretamente: no debe defender su forma presente frente a ninguna crisis — aunque al final, y por sobre todo, cada uno quiera participar en el ejercicio de su poder. De este modo la estructura estatal se vuelve cada vez más discutible y el espacio de poder cada vez más grande". (Edición Kröner, págs. 133, 135, 197).
La doctrina estatal alemana, por de pronto (bajo la influencia dejada por el sistema filosófico-estatal de Hegel), continuó afirmando que el Estado, frente a la sociedad, sería cualitativamente diferente y algo superior. Un Estado ubicado por sobre la sociedad podía ser llamado universal, pero no total en el sentido actual, en virtud de la negación polémica del Estado neutral (respecto de cultura y economía) para el cual, concretamente, la economía y su Derecho constituían eo ipso algo apolítico. Sin embargo, después de 1848 la diferencia cualitativa entre Estado y sociedad, a la que todavía se aferraban Lorenz von Stein y Rudolf Gneist, pierde su claridad original. La evolución de la doctrina estatal alemana, cuyas líneas básicas están expuestas en mi escrito "Hugo Preuß, sein Staatsbegriff und seine Stellung in der deutschen Staatslehre" (Hugo Preuss, su concepto del Estado y su posición en la doctrina estatal alemana, Tübingen 1930), termina siguiendo finalmente la evolución histórica hacia la identidad democrática de Estado y sociedad, bien que con algunas limitaciones, reticencias y compromisos.
Una interesante posición intermedia nacional-liberal de esta vía aparece en A. Haenel quien (en sus Estudios Sobre el Derecho Público Alemán II — 1988, pág.219 y Derecho Público Alemán I — 1892 pág.110) señala que "es un error manifiesto generalizar el concepto del Estado para convertirlo en el concepto por excelencia de la sociedad humana". Haenel concibe al Estado como una organización coexistente con las organizaciones sociales constituidas en otros ámbitos pero lo entiende como "una organización social del tipo especial de las que se elevan por sobre las demás, aglutinándolas", y cuyo fin genérico, aún siendo "universal", se expresa en la especial función de delimitar y ordenar de modo armónico a las fuerzas volitivas que actúan socialmente; es decir: en la función específica del Derecho. Haenel también califica expresamente de incorrecta la opinión según la cual el Estado tendría al menos potencialmente como objetivo a todos los objetivos sociales de la humanidad. Consecuentemente para Haenel, el Estado, aun siendo universal, de ningún modo es total. El paso decisivo se encuentra en la teoría corporativa de Gierke (el primer tomo de su Derecho Corporativo Alemán apareció en 1868) desde el momento en que esta teoría concibe al Estado como una corporación esencialmente similar a las demás asociaciones, aunque al Estado, al lado de los elementos corporativos, le debieran pertenecer también elementos de gobierno; elementos éstos que la teoría subraya con mayor o menor fuerza según la oportunidad. Sin embargo, desde el momento en que la teoría de Gierke constituyó precisamente una teoría corporativa del Estado — y no una teoría acerca de la función de gobierno del Estado — las conclusiones democráticas fueron inevitables. En Alemania esas conclusiones fueron desarrolladas por Hugo Preuss y K. Wolzendorff, mientras que en Inglaterra condujeron a las teorías pluralistas (sobre las que volveremos más adelante). La doctrina de Rudolf Smend referida a la integración del Estado me parece — a riesgo de tener que reconsiderarlo — condecirse con una situación en la cual la sociedad ya no está integrada en el interior de un Estado existente (como la burguesía alemana dentro del Estado monárquico del Siglo XIX) sino con una situación en la cual la sociedad debe autointegrase para constituirse en Estado. Que una situación así exige la existencia del Estado total es algo que puede verse claramente en la observación que Smend (Constitución y Derecho Constitucional, 1928 Pág.97 Nota 2) hace a propósito de un pasaje de H. Trescher en su Disertación sobre Montesquieu y Hegel, en dónde se dice que la doctrina de la división del poder de Hegel implica "la más vital impregnación de todas las esferas sociales por parte del Estado a los efectos de lograr el objetivo común de ganar para el Estado a todas las fuerzas vitales del cuerpo social." Esto, acota Smend, es "exactamente el concepto de integración" expuesto en su libro sobre la Constitución. En realidad es el Estado total, que ya no conoce nada absolutamente apolítico, que debe dejar a un lado la despolitización del Siglo XIX y que pone fin justamente al axioma de la economía (apolítica) liberada del Estado y al Estado liberado de la economía. [15]
2. La diferenciación de amigos y enemigos como criterio de lo político
Una definición conceptual de lo político puede obtenerse sólo mediante el descubrimiento y la verificación de categorías específicamente políticas. De hecho, lo político tiene sus propios criterios que se manifiestan de un modo particular frente a las diferentes áreas específicas relativamente independientes del pensamiento y del accionar humanos, en especial frente a lo moral, lo estético y lo económico. Por ello lo político debe residir en sus propias, últimas, diferenciaciones, con las cuales se puede relacionar todo accionar que sea político en un sentido específico. Supongamos que, en el área de lo moral las diferenciaciones últimas están dadas por el bien y el mal; que en lo estético lo están por la belleza y la fealdad; que lo estén por lo útil y lo perjudicial en lo económico o bien, por ejemplo, por lo rentable y lo no-rentable. La cuestión que se plantea a partir de aquí es la de si hay — y si la hay, en qué consiste — una diferenciación especial, autónoma y por ello explícita sin más y por si misma, que constituya un sencillo criterio de lo político y que no sea de la misma especie que las diferenciaciones anteriores ni análoga a ellas.
La diferenciación específicamente política, con la cual se pueden relacionar los actos y las motivaciones políticas, es la diferenciación entre el amigo y el enemigo. Esta diferenciación ofrece una definición conceptual, entendida en el sentido de un criterio y no como una definición exhaustiva ni como una expresión de contenidos. En la medida en que no es derivable de otros criterios, representa para lo político el mismo criterio relativamente autónomo de otras contraposiciones tales como el bien y el mal en lo moral; lo bello y lo feo en lo estético, etc. En todo caso es autónomo, no por constituir un nueva y propia esfera de cuestiones, sino por el hecho que no está sustentado por alguna, o varias, de las demás contraposiciones ni puede ser derivado de ellas. Si la contraposición del bien y del mal no puede ser equiparada así como así y simplemente con la de lo bello y lo feo, ni con la de lo útil y lo perjudicial, siendo que tampoco puede ser derivada de ellas, mucho menos debe confundirse o entremezclares la contraposición del amigo y el enemigo con cualquiera de las contraposiciones anteriores. La diferenciación entre amigos y enemigos tiene el sentido de expresar el máximo grado de intensidad de un vínculo o de una separación, una asociación o una disociación. Puede existir de modo teórico o de modo práctico, sin que por ello y simultáneamente todas las demás diferenciaciones morales, estéticas, económicas, o de otra índole, deban ser de aplicación. El enemigo político no tiene por qué ser moralmente malo; no tiene por qué ser estéticamente feo; no tiene por qué actuar como un competidor económico y hasta podría quizás parecer ventajoso hacer negocios con él. Es simplemente el otro, el extraño, y le basta a su esencia el constituir algo distinto y diferente en un sentido existencial especialmente intenso de modo tal que, en un caso extremo, los conflictos con él se tornan posibles, siendo que estos conflictos no pueden ser resueltos por una normativa general establecida de antemano, ni por el arbitraje de un tercero "no-involucrado" y por lo tanto "imparcial".
La posibilidad de entender y comprender correctamente — y con ello también el derecho a participar y a juzgar — están dados aquí sólo por la colaboración y la coparticipación existenciales. Al caso extremo del conflicto solamente pueden resolverlo entre si los propios participantes; esto es: cada uno de ellos sólo por si mismo puede decidir si la forma de ser diferente del extraño representa, en el caso concreto del conflicto existente, la negación de la forma existencial propia y debe, por ello, ser rechazada o combatida a fin de preservar la propia, existencial, especie de vida. En la realidad psicológica, al enemigo fácilmente se lo trata de malo y de feo porque cada diferenciación recurre, la mayoría de las veces en forma natural, a la diferenciación política como la más fuerte e intensa de diferenciaciones y agrupamientos a fin de fundamentar sobre ella todas las demás diferenciaciones valorativas. Pero esto no cambia nada en la independencia de esas contraposiciones. Consecuentemente, también es válida la inversa: lo que es moralmente malo, estéticamente feo o económicamente perjudicial todavía no tiene por qué ser enemigo; lo que es moralmente bueno, estéticamente bello o económicamente útil no tiene por qué volverse amigo en el sentido específico, esto es: político, de la palabra. La esencial objetividad y autonomía de lo político puede verse ya en esta posibilidad de separar una contraposición tan específica como la de amigo-enemigo de las demás diferenciaciones y comprenderla como algo independiente. [16]
3). La guerra como manifestación visible de la enemistad
Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos; no entremezclados y debilitados mediante concepciones económicas, morales o de otra índole; menos todavía psicológicamente y en un sentido privado-individualista como expresión de sentimientos y tendencias privadas. No son contraposiciones normativas ni "puramente espirituales". El liberalismo, con su típico dilema entre espíritu y economía (a ser tratado más adelante), ha intentado diluir al enemigo convirtiéndolo en un competidor por el lado de los negocios y en un oponente polemizador por el lado espiritual. Dentro del ámbito de lo económico ciertamente no existen enemigos sino tan sólo competidores y en un mundo absolutamente moralizado y ético quizás sólo existan adversarios que polemizan. Sin embargo, que se lo considere — o no — detestable; y, quizás, que hasta se quiera ver un remanente atávico de épocas bárbaras en el hecho de que los pueblos todavía siguen agrupándose realmente en amigos y enemigos; o bien que se anhele que la diferenciación desaparecerá algún día de la faz de la tierra; o que quizás sea bueno y correcto fingir por razones pedagógicas que ya no existen enemigos en absoluto; todo eso está aquí fuera de consideración. Aquí no se trata de ficciones y normatividades sino de la realidad existencial y de la posibilidad real de esta diferenciación. Se podrán compartir — o no — las esperanzas o las intenciones pedagógicas mencionadas; pero que los pueblos se agrupan de acuerdo a la contraposición de amigos y enemigos, que esta contraposición aún hoy todavía existe y que está dada como posibilidad real para todo pueblo políticamente existente, eso es algo que de modo racional no puede ser negado.
El enemigo no es, pues, el competidor o el opositor en general. Tampoco es enemigo un adversario privado al cual se odia por motivos emocionales de antipatía. "Enemigo" es sólo un conjunto de personas que, por lo menos de un modo eventual — esto es: de acuerdo con las posibilidades reales — puede combatir a un conjunto idéntico que se le opone. Enemigo es solamente el enemigo público, porque lo que se relaciona con un conjunto semejante de personas — y en especial con todo un pueblo — se vuelve público por la misma relación. El enemigo es el hostis, no el inmicus en un sentido amplio; el polemios, no el echthros. [17]. El idioma alemán, al igual que otros idiomas, no distingue entre el "enemigo" privado y el político, por lo que se vuelven posibles muchos malentendidos y falsificaciones. El tantas veces citado pasaje "amad a vuestros enemigos" (Mateo 5,44; Lucas 6,27) en realidad dice: »diligite inimicos vestros« — agapate tous echtrous hymon — y no diligite hostes vestros; por lo que no se habla allí del enemigo político. [18] En la milenaria lucha entre el cristianismo y el islam jamás a cristiano alguno se le ocurrió tampoco la idea de que, por amor, había que ceder Europa a los sarracenos o a los turcos en lugar de defenderla. Al enemigo en el sentido político no hay por qué odiarlo personalmente y recién en la esfera de lo privado tiene sentido amar a nuestro "enemigo", vale decir: a nuestro adversario. La mencionada cita bíblica no pretende eliminar otras contraposiciones como las del bien y del mal, o la de lo bello y lo feo, por lo que menos aun puede ser relacionada con la contraposición política. Por sobre todo, no significa que se debe amar a los enemigos del pueblo al que se pertenece y que estos enemigos deben ser apoyados en contra del pueblo propio.
La contraposición política es la más intensa y extrema de todas, y cualquier otra contraposición concreta se volverá tanto más política mientras más se aproxime al punto extremo de constituir una agrupación del tipo amigo-enemigo. En el interior de un Estado — que como unidad política organizada toma, por sí y como conjunto, la decisión sobre la amistad-enemistad, — y además, junto a las decisiones políticas primarias y en defensa de la decisión tomada, surgen luego numerosos conceptos secundarios de lo "político". Por de pronto, surgen merced a la equiparación de lo político con lo estatal tratada en el primer punto. Esta equiparación hace que, por ejemplo, la "política de Estado" confronte con las posiciones político-partidarias; o que se pueda hablar de la política religiosa, la política educativa, la política comunal, la política social, etc. del propio Estado. Aunque a pesar de todo incluso aquí subsiste, y es constitutivo para el concepto de lo político, una contraposición y un antagonismo dentro del Estado — bien que, en todo caso, relativizados por la existencia de la unidad política estatal, abarcadora de todas las demás contraposiciones. [19] Por último, se desarrollan también otras especies aun más atenuadas de "política", distorsionadas hasta lo parasitario y caricaturesco, en las cuales sólo queda algún remanente antagónico de la agrupación amigo-enemigo original; aspecto éste que se manifiesta en disputas e intrigas, tácticas y prácticas de toda índole, y que describe como "política" a los negociados y a las manipulaciones más extrañas. Pero que la esencia de la relación política sigue manteniéndose en la referencia a una contraposición concreta, lo expresa el vocabulario cotidiano incluso allí en dónde la conciencia plena del "caso decisivo" se ha perdido.
Esto puede verse diariamente en dos fenómenos fácilmente verificables. En primer lugar, todos los conceptos, ideas y palabras políticas poseen un sentido polémico; tienen a la vista una rivalidad concreta; están ligadas a una situación concreta cuya última consecuencia es un agrupamiento del tipo amigo-enemigo (que se manifiesta en la guerra o en la revolución); y se convierten en abstracciones vacías y fantasmagóricas cuando esta situación desaparece. Palabras como Estado, república [20], sociedad, clase, y más allá de ellas: soberanía, Estado de Derecho, absolutismo, dictadura, plan, Estado neutral o total, etc. resultan incomprensibles si no se sabe quien in concreto habrá de ser designado, combatido, negado y refutado a través de una de ellas [21] . El carácter polémico domina sobre todo, incluso sobre el empleo de la misma palabra "político"; tanto si se califica al oponente de "impolítico" (en el sentido de divorciado de la realidad o alejado de lo concreto) como si, a la inversa, alguien desea descalificarlo denunciándolo de "político" para colocarse a si mismo por sobre él autodefiniéndose como "apolítico" (en el sentido de puramente objetivo, puramente científico, puramente moral, puramente jurídico, puramente estético, puramente económico, o en virtud de alguna pureza similar). En segundo lugar, en las expresiones usuales de la polémica intra-estatal cotidiana, frecuentemente se emplea hoy el término "político" como sinónimo de "político-partidario". La inevitable "subjetividad" de todas las decisiones políticas — que no es sino un reflejo de la diferenciación amigo-enemigo inmanente a todo comportamiento político — se manifiesta aquí en las mezquinas formas y horizontes de la distribución de cargos y prebendas políticas. La demanda de una "despolitización" significa, en este caso, tan sólo una superación del partidismo etc. La ecuación político=partidario es posible cuando pierde su fuerza la concepción de la unidad política (del "Estado"), abarcadora y relativizadora de todos los partidos políticos internos conjuntamente con sus rivalidades, a consecuencia de lo cual las contraposiciones internas adquieren una intensidad mayor que la contraposición común externa frente a otro Estado. Cuando dentro de un Estado las contraposiciones partidarias se han vuelto las contraposiciones políticas por excelencia, hemos arribado al punto extremo de la secuencia posible en materia de "política interna"; esto es: los agrupamientos del tipo amigo-enemigo relativos a la política interna, y no a la política exterior, son los que se vuelven relevantes para el enfrentamiento armado. En el caso de semejante "primacía de la política interna", la posibilidad real del combate, que siempre tiene que estar presente para que se pueda hablar de política, se refiere por lo tanto a la guerra civil y ya no a la guerra entre unidades organizadas de pueblos (Estados o Imperios). [22]
Al concepto de enemigo y residiendo en el ámbito de lo real, corresponde la eventualidad de un combate. En el empleo de esta palabra hay que hacer abstracción de todos los cambios accidentales, subordinados al desarrollo histórico, que ha sufrido la guerra y la tecnología de las armas. La guerra es el combate armado entre unidades políticas organizadas; la guerra civil es el combate armado en el interior de una unidad organizada (unidad que se vuelve, sin embargo, problemática debido a ello). Lo esencial en el concepto de "arma" es que se trata de un medio para provocar la muerte física de seres humanos. Al igual que la palabra "enemigo", la palabra "combate" debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial. No significa competencia, ni el "puramente espiritual" combate dialéctico, ni la "lucha" simbólica que, al fin y al cabo, toda persona siempre libra de algún modo porque, ya sea de una forma o de otra, toda vida humana es una "lucha" y todo ser humano un "luchador". Los conceptos de amigo, enemigo y combate reciben su sentido concreto por el hecho de que se relacionan especialmente con la posibilidad real de la muerte física y mantienen esa relación. La guerra proviene de la enemistad puesto que ésta es la negación esencial de otro ser. La guerra es solamente la enemistad hecha real del modo más manifiesto. No tiene por qué ser algo cotidiano, algo normal; ni tampoco tiene por qué ser percibido como algo ideal o deseable. Pero debe estar presente como posibilidad real si el concepto de enemigo ha de tener significado.
Consecuentemente, de ninguna manera se trata aquí de sostener que la existencia política no es más que una guerra sangrienta y cada acción política una operación de combate militar; como si cada pueblo estuviese ininterrumpida y constantemente puesto ante la alternativa de amigo o enemigo en su relación con cualquier otro pueblo y lo correcto en política no pudiese residir justamente en evitar la guerra. La definición de lo político aquí expuesta no es ni belicista, ni militarista, ni imperialista, ni pacifista. Tampoco constituye un intento de presentar a la guerra victoriosa, o a la revolución triunfante, como un "ideal social", ya que ni la guerra ni la revolución constituyen algo "social" o "ideal", [23] [24]
El combate militar en si mismo no es la "continuación de la política por otros medios" como reza la famosa frase, generalmente mal citada, de Clausewitz. [25] El combate militar, en tanto guerra, tiene sus propios puntos de vista y sus propias reglas estratégicas, tácticas y demás, pero todas ellas dan por establecido y presuponen que la decisión política de definir quién es el enemigo ya ha sido tomada. En la guerra los contendientes se enfrentan como tales, normalmente hasta diferenciados por medio de un "uniforme", y por ello la diferenciación de amigo y enemigo ya no constituye un problema político que el soldado combatiente tenga que resolver. Por esto es que resultan acertadas las palabras del diplómata inglés que decía que el político está mejor adiestrado para el combate que el soldado, puesto que el político combate durante toda su vida mientras que el soldado sólo lo hace excepcionalmente. La guerra no es ni el objetivo, ni el propósito de la política. Ni siquiera es su contenido. Con todo, es el pre-supuesto — en tanto posibilidad real permanentemente existente — que define el accionar y el pensar del ser humano de un modo especial, suscitando con ello un comportamiento específicamente político.
Por eso es que el criterio de la diferenciación entre amigos y enemigos tampoco significa, de ninguna manera, que un determinado pueblo deba ser eternamente el enemigo o el amigo de otro determinado pueblo; o bien que una neutralidad no sea posible o que no pueda ser políticamente razonable. Es tan sólo que el concepto de la neutralidad, como todo concepto político, también está subordinado al prerrequisito último de una posibilidad real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo. Si sobre la faz de la tierra existiese tan sólo la neutralidad, no sólo sería el fin de la guerra; sería también el fin de la neutralidad misma — de la misma forma en que cualquier política, incluso una política de evitar el combate, termina cuando desaparece en forma absoluta toda posibilida real de que se produzcan combates. Lo concluyente es siempre tan sólo que exista la posibilidad del caso decisivo del combate real, y de la decisión respecto de si este caso está, o no está dado.
Que el caso se produzca sólo en forma excepcional no anula su carácter determinante sino, por el contrario, lo fundamenta. Si bien las guerras no son hoy tan numerosas y frecuentes como antaño, no por ello ha dejado de aumentar su arrolladora furia total , en la misma y quizás hasta en mayor medida aún que en la que ha disminuido su número y su cotidianeidad. Aún hoy el "casus belli" sigue siendo el caso planteado "en serio". Podemos decir que aquí, al igual que en otras cuestiones, es justamente la excepción la que adquiere un significado especialmente decisivo y pone al descubierto el núcleo de las cosas. Porque recién en el combate real queda demostrada la consecuencia extrema del agrupamiento político en amigos y enemigos. Es desde esta más extrema posibilidad que la vida del ser humano adquiere su tensión específicamente política.
Un mundo en el cual la posibilidad de un combate estuviese totalmente eliminada y desterrada, una globo terráqueo definitivamente pacificado sería un mundo sin la diferenciación de amigos y enemigos y, por lo tanto, sería un mundo sin política. Podría existir en él toda una variedad de interesantes contraposiciones, contrastes, competencias e intrigas de toda clase; pero razonablemente no podría existir una contraposición en virtud de la cual se puede exigir del ser humano el sacrificio de la propia vida y en virtud de la cual se puede autorizar a seres humanos a derramar sangre y a dar muerte a otros seres humanos. Para una definición del concepto de lo político tampoco aquí se trata de si se considera deseable arribar a un mundo así, sin política, como un estado ideal de cosas. El fenómeno de lo político se hace comprensible solamente a través de su relación con la posibilidad real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo, más allá de los juicios de valor religiosos, morales, estéticos o económicos que de lo político se hagan a consecuencia de ello.
La guerra, en tanto medio político más extremo, revela la posibilidad de esta diferenciación entre amigos y enemigos, subyacente a toda concepción política, y es por eso que tiene sentido solamente mientras esta diferenciación se halle realmente presente en la humanidad o, al menos, mientras sea realmente posible. Por el contrario, una guerra librada por motivos "puramente" religiosos, "puramente" morales, "puramente" jurídicos o "puramente" económicos, carecería de sentido. De las contraposiciones específicas de estas esferas de la vida humana no se puede derivar el agrupamiento amigo-enemigo y, por lo tanto, tampoco se puede derivar una guerra. Una guerra no tiene por qué ser algo devoto, algo moralmente bueno, ni algo rentable. En la actualidad probablemente no es ninguna de esas cosas. Esta simple conclusión se enmaraña la mayoría de las veces por el hecho de que las contraposiciones religiosas, morales y de otro tipo se intensifican hasta alcanzar la categoría de contraposiciones políticas y con ello pueden producir el decisivo agrupamiento combativo de amigos y enemigos. Pero en cuanto se llega a este agrupamiento combativo, la contraposición decisiva ya no es más puramente religiosa, moral o económica, sino política. La cuestión en ese caso es siempre tan sólo la de si un agrupamiento del tipo amigo-enemigo está, o no, dada como posibilidad concreta, o como realidad; más allá de cuales hayan sido los motivos humanos lo suficientemente fuertes como para producir ese agrupamiento.
Nada puede escapar a este rasgo consecuencial de lo político. Si la oposición pacifista a la guerra pudiese hacerse tan fuerte como para llevar los pacifistas a la guerra contra los no-pacifistas; si esa oposición desatase una "guerra contra la guerra", con ello no haría más que probar que tiene realmente fuerza política porque, en dicho caso, sería lo suficientemente fuerte como para agrupar a los seres humanos en amigos y enemigos. Si la determinación de evitar la guerra se hace tan fuerte que ya no retrocede ni ante la guerra misma, es simplemente porque se ha vuelto un móvil político, es decir: afirma, aunque más no sea como eventualidad extrema, a la guerra y hasta al sentido de la guerra. En la actualidad ésta parece haberse constituido en una forma epecialmente extendida de justificar las guerras. La guerra se desarrolla así bajo la consigna de ser siempre la "última y definitiva guerra de la humanidad". Guerras de esta índole son, por necesidad, guerras especialmente violentas y crueles porque, transponiendo lo político, rebajan al enemigo simultáneamente tanto en lo moral como en las demás categorías, y se ven forzadas a hacer de él un monstruo inhumano que no sólo debe ser repelido sino exterminado, por lo que ya no es tan sólo un enemigo que debe ser rechazado hacia dentro de sus propias fronteras. Sin embargo, en la posibilidad de tales guerras puede demostrarse con especial claridad que la guerra, como posibilidad real, todavía existe en la actualidad y ello es lo único relevante en cuanto a la diferenciación entre amigos y enemigos y en cuanto a la comprensión de lo político. [26]

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