jueves, 28 de febrero de 2008

Bob Dylan and John Lennon in a Car.

Sinceramente ambos personajes estan en una borrachera sin igual, ambos personajes geniales en una discusión histórica para la música contemporánea.
observe y escuchen la conversación por momentos incomprensible.




No saben como me gustaría tener más tiempo para comentar mejor los diálogos.
saludos

Bob Meets The Beatles - The Meth Minute 39

Bob Meets The Beatles - The Meth Minute 39
jajajaja, esta chévere, aunque vieron el video donde aparecen borrachos Dylan y Lennon.Ta buena


Saludos
vlady

Carl Schmitt: el concepto de lo Político V

5). La decisión sobre la guerra y el enemigo
Al Estado, en su calidad de unidad política esencial, le corresponde el jus belli; es decir: la posibilidad real, de determinar, y dado el caso de combatir, a un enemigo en virtud de una decisión autónoma. Los medios técnicos con los cuales se libra el combate, la organización vigente de las fuerzas armadas, la magnitud de las chances de ganar la guerra, todo ello es irrelevante aquí siempre y cuando el pueblo políticamente unido esté dispuesto a combatir por su existencia y por su independencia, siendo que por decisión autónoma ha determinado en qué consiste esa independencia y esa libertad. La tendencia del desarrollo tecnológico militar aparentemente apunta a que, quizás, ya quedan sólo pocos Estados cuyo poderío industrial les permite librar una guerra con chances de éxito, mientras que Estados más pequeños y más débiles, ya sea de modo voluntario o forzado, renuncian al jus belli cuando no consiguen resguardar su independencia mediante una correcta política de alianzas. Esta evolución no demuestra que la guerra, el Estado y la política han cesado de existir. Cada uno de los innumerables cambios y trastornos de la Historia y de la evolución de la humanidad ha producido nuevas formas y nuevas dimensiones del aglutinamiento político, destruyendo anteriores arquitecturas políticas, produciendo guerras externas y guerras civiles, aumentando o disminuyendo el número de las unidades políticas organizadas.
El Estado como unidad política determinante ha concentrado en si mismo una atribución enorme: la de la posibilidad de librar una guerra y, con ello, la de disponer sobre la vida de los seres humanos. Y esto es así porque el jus belli contiene un atributo semejante: significa la doble posibilidad de exigir de los miembros del pueblo propio el estar dispuestos a matar y a morir, con el objeto de matar a las personas ubicadas del lado del enemigo. Sin embargo, la tarea de un Estado normal consiste en lograr, por sobre todo, una pacificación completa dentro del Estado y su territorio; construir "la tranquilidad, la seguridad y el orden" para crear con ello la situación normal que es condición para que las normas jurídicas puedan imperar en absoluto desde el momento en que toda norma presupone una situación normal y ninguna norma puede ser válida en una situación que la desafía de modo completamente anormal.
Esta necesidad de lograr la pacificación intra-estatal conduce, en situaciones críticas, a que el Estado como unidad política en si, mientras existe, pueda también determinar al "enemigo interno". Es por ello que en todos los Estados, bajo alguna forma, existe lo que el Derecho Público de las repúblicas griegas conoció como declaración de polemios y el Derecho Público romano como declaración de hostis; es decir: formas de repudio, ostracismo, exclusión, colocación hors-la-loi — en síntesis, alguna forma de declarar un enemigo interno, ya sea con medidas más severas o más beningnas; vigentes ipso facto o establecidas de modo jurídico mediante leyes especiales; ya sea manifiestas o encubiertas en descripciones genéricas. Éste es — de acuerdo al comportamiento de quien ha sido declarado enemigo del Estado — el signo distintivo de la guerra civil; vale decir: de la desintegración del Estado como unidad política organizada, internamente pacificada, encerrada en si misma en cuanto a lo territorial e impenetrable para extraños. Mediante la guerra civil es que, luego, se decidirá el destino que correrá esta unidad. Para un Estado de Derecho Constitucional burgués esto no es menos válido — y hasta por el contrario, quizás sea aún más naturalmente válido — que para cualquier otro Estado. Porque, como lo expresa Lorenz von Stein, en un "Estado Constitucional" la Constitución es "la expresión del orden social y de la existencia de la propia sociedad constituída por los ciudadanos de un Estado. En el momento en que es agredida, el combate forzosamente tiene que decidirse por fuera de la Constitución y del Derecho, es decir: por medio del poder de las armas".
En la Historia de Grecia, el ejemplo más notorio de esto probablemente es la psefismata de Demofanto; esa decisión pública que el pueblo de Atenas pronunció en el año 410 AC luego de la Expulsión de los Cuatrocientos y por medio de la cual establecía que todo aquél que intentase disolver la democracia ateniense se declaraba "un enemigo de los atenienses" (polemios esto Athenaion). Otros ejemplos y bibliografía al respecto pueden hallarse en Busolt-Swoboda "Griechische Staatskunde", 3ª Edición 1920, páginas 231 y 532. Sobre la declaración anual de guerra que los éforos espartanos hacían a los helotas que vivían dentro del Estado espartano, véase op.cit. pág 670. En referencia a la declaración de hostis y las proscripciones en el Derecho Público romano, véase Mommsen Rom.Staatsrecht III, 5, 1240. Por ostracismos y expulsiones, aparte de los libros de texto conocidos de la Historia del Derecho alemán, véase sobre todo Ed.Eichmann "Acht und Bann im Reichsrecht des Mittelalters" 1909. En la práctica de los jacobinos y del Comité de Salud Pública, descriptas en la Historia de la Revolución Francesa de Aulard, se encuentran numerosos ejemplos de declaraciones de hors-la-loi. A destacar es un informe del Comité de Salud Pública citado por E. Friesenhahn, ("Der politische Eid", 1928): "Depuis le peuple français à manifesté sa volonté tout ce qui lui est opposé est hors le souverain; tout ce qui est hors le souverain, est ennemi... Entre le peuple et ses ennemis il n'y a plus rien de commun que le glaive." [33] Una proscripción puede también instrumentarse suponiendo en los miembros de determinadas religiones o partidos una escasa disposición hacia la paz o hacia el acatamiento de las normas legales. Hay innumerables ejemplos de esto en la Historia política de los cismáticos y herejes. En relación a ellos es característica la argumentación de Nicolás de Vernuls (De una et diversa religione, 1646): el hereje no debe ser tolerado dentro del Estado ni aún si es pacífico, porque personas que son como los herejes ni siquiera pueden ser pacíficas. (citado por H. J. Elias, L'église et l'état, Revue belge de philologie et d'histoire, V (1927), Cuaderno 2/3). Las formas menos violentas de las declaraciones de hostis son numerosas y diversas: confiscaciones, expatriaciones, prohibiciones de asociación o de reunión, exclusión de cargos públicos, etc. El pasaje anteriormente citado de Lorenz von Stein se encuentra en su relato del desarrollo político-social de la Restauración y de la monarquía de Julio en Francia, "Geschichte der sozialen Bewegung in Frankreich", Tomo I: "Der Begriff der Gesellschaft", Edición de G. Salomon, Pág. 494.
La facultad de disponer de la vida y de la muerte de una persona por medio de un veredicto, el jus vitae ac necis, puede residir también en alguna otra estructura existente dentro de la unidad política como, por ejemplo la familia o el jefe de la misma; pero, mientras la unidad política subsista como tal, no puede residir en ella el jus belli o derecho a declarar un hostis. Incluso el derecho a la venganza de sangre entre familias o estirpes debería quedar suspendida, al menos durante el transcurso de una guerra, si una unidad política ha de existir en absoluto. Un grupo humano que quisiese prescindir de estas consecuencias de la unidad política ya no sería un grupo político, puesto que renunciaría a la posibilidad de tomar la decisión determinante en cuanto a quién considerará y tratará como enemigo. A través del poder sobre la vida física de las personas, la comunidad política se eleva por sobre cualquier otra especie de comunidad o sociedad. Dentro de la comunidad podrán luego existir subestructuras secundarias de carácter político, con facultades propias o transferidas, inlcuso con un jus vitae ac necis restringido a los miembros del grupo más estrecho.
Una comunidad religiosa, una Iglesia, puede exigir de su miembro que muera por su fe y que soporte el martirio, pero solamente en beneficio de la salvación de su propia alma; no en beneficio de la comunidad eclesiástica establecida como estructura de poder terrenal. De otro modo se convierte en una magnitud política; sus guerras sagradas y sus cruzadas son acciones que descansan sobre una decisión de declarar enemigos, al igual que las demás guerras. En una sociedad determinada económicamente cuyo órden — esto es: cuyo funcionamiento previsible dentro de un ámbito de categorías económicas — se desarrolla normalmente, bajo ningún punto de vista puede exigirse que algún miembro de la sociedad sacrifique su vida en aras de un funcionamiento sin sobresaltos. Fundamentar con argumentos utilitarios una exigencia semejante sería, justamente, contradecir los principios individualistas de un orden económico liberal; algo que jamás podría justificarse partiendo de las normas o ideales de una economía pensada para ser autónoma. El individuo aislado es libre de morir por lo que quiera; esto constituye, como todo lo esencial en una sociedad liberal-individualista, una "cuestión absolutamente privada" — es decir: materia de una decisión libre, no controlada, que no es de incumbencia de nadie aparte de la persona que por si misma toma la decisión.
La sociedad que funciona sobre bases económicas tiene medios de sobra para quitar de su circuito al que sucumbió en la lucha competitiva, al que no tuvo éxito y aún al "molesto". Puede volverlo inofensivo de una manera no-violenta, "pacífica"; o bien y dicho en forma concreta: puede dejarlo morir de hambre si no se subordina voluntariamente. A una sociedad puramente cultural o civilizatoria seguramente no le faltarán "indicaciones sociales" para librarse de amenazas indeseadas o de desarrollos indeseados. Pero ningún programa, ningún ideal, ninguna norma y ninguna finalidad otorgan un derecho a disponer sobre la vida física de otras personas. Exigir seriamente de los seres humanos que maten a seres humanos y que estén dispuestos a morir para que el comercio y la industria de los sobrevivientes florezca, o para que la capacidad de consumo de los nietos aumente, constituye algo tenebroso y demencial. Anatematizar la guerra calificándola de homicidio y luego exigir de las personas que libren una guerra, y que maten y se dejen matar en esa guerra, para que "nunca más haya guerras", constituye una estafa manifiesta. La guerra, la disposición a morir de los combatientes, el dar muerte físicamente a seres humanos que están del lado del enemigo, todo eso no tiene ningún sentido normativo y sólo tiene un sentido existencial. Específicamente: sólo tiene sentido en la realidad de una situación de combate real contra un enemigo real; no en algún ideal, programa o normativa cualquiera. No existe ningún objetivo racional, ninguna norma por más justa que sea, ningún programa por más ejemplar que sea, ningún ideal social por más hermoso que sea, ninguna legitimidad o legalidad, que pueda justificar que por su causa los seres humanos se maten los unos a los otros. Cuando semejante destrucción física de vidas humanas no ocurre a partir de una auténtica afirmación de la propia forma existencial frente a una negación igual de auténtica de esta forma existencial, sucede que simplemente no puede ser justificada. Tampoco con normas éticas o jurídicas se puede fundamentar una guerra. Si existen realmente enemigos, en el sentido auténtico y esencial con el que aquí los hemos entendido, entonces tiene sentido — pero sólo sentido político — repelerlos físicamente y combatir con ellos si es necesario.
Que la justicia no pertenece al concepto de la guerra ya es de dominio público desde Grotius. [34] Las construcciones intelectuales que exigen una guerra justa sirven, por lo común, a un objetivo político. Exigir de un pueblo políticamente unido que libre guerras sólo por motivos justos es, en realidad, o bien algo obvio si significa que la guerra sólo debe librarse contra un enemigo real, o bien detrás de ello se esconde el intento político de transferir a otras manos la disposición del jus belli y encontrar normas jurídicas sobre cuyo contenido y aplicación puntual ya no decidirá el Estado mismo sino algún otro tercero, el que de esta manera decidirá quién es el enemigo. Mientras un pueblo exista en la esfera de lo político, deberá determinar por si mismo la diferenciación de amigos y enemigos, aunque sea tan sólo en el más extremo de los casos y aún así debiendo decidir, también, si este caso extremo se ha dado — o no. En ello reside la esencia de su existencia política. Si ya no tiene la capacidad o la voluntad para establecer esta diferenciación, cesará de existir políticamente. Si permite que un extraño le imponga quién es su enemigo y contra quién le está — o no — permitido luchar, ya no será un pueblo políticamente libre y quedará incluido en, o subordinado a, otro sistema político. Una guerra no adquiere su sentido por ser librada en virtud de ideales o normas jurídicas sino por ser librada contra un enemigo real. Todas las imprecisiones de la categoría amigo-enemigo se explican por el hecho de que se las confunde con toda clase de abstracciones o normas.
Un pueblo políticamente existente no puede, pues, dado el caso y por medio de una decisión propia y a propio riesgo, renunciar a diferenciar amigos de enemigos. Podrá declarar solemnemente que condena la guerra como método de resolución de conflictos internacionales y que renuncia a emplearla como "herramienta de política nacional", tal como sucedió en el denominado Pacto Kellogg de 1928 [35] Con ello, ni ha renunciado a la guerra como herramienta de política internacional (y una guerra que sirve a la política internacional puede ser peor que otra que sirve solamente a una política nacional), ni tampoco ha "condenado" o "proscripto" a la guerra en si misma. En primer lugar, una declaración como ésa depende completamente de determinadas reservas condicionales que se sobreentienden, ya sea de modo explícito o implícito. Por ejemplo, el prerrequisito de la existencia propia como Estado; la defensa propia; las condiciones implícitas en acuerdos existentes; el derecho a una supervivencia libre e independiente, etcétera. En segundo lugar, estos prerrequisitos, en cuanto a su estructura lógica, no constituyen simples excepciones a la norma sino, por el contrario, son los que precisamente le otorgan a la norma su contenido concreto en absoluto. No son excepciones condicionales constituyendo restricciones periféricas de la obligación sino prerrequisitos normativos sin los cuales la obligación carece de sentido. En tercer lugar, mientras hay un Estado independiente, es este Estado mismo el que decide si se ha dado — o no — el caso de un prerrequisito de esa naturaleza (defensa propia, agresión del contrincante, violación de acuerdos preexistentes incluyendo al Pacto Kellog mismo, etc.). En cuarto lugar y por último, es hasta imposible "proscribir" a "la guerra". Solamente se pueden proscribir personas, pueblos, Estados, clases sociales, religiones, etc. a los cuales se los declara enemigos mediante una "proscripción". De este modo, tampoco una solemne "proscripción de la guerra" consigue eliminar la diferenciación de amigos y enemigos sino que le otorga a esta diferenciación un nuevo contenido y una nueva vida a través de nuevas posibilidades de declarar un hostis.
Eliminando esta diferenciación se elimina la vida política en absoluto. De ningún modo está librado a la discreción de un pueblo con existencia política el eludir esta dramática diferenciación mediante proclamaciones conjuratorias. Si una parte del pueblo declara no conocer enemigos, depende de la situación, pero es posible que se haya puesto del lado de los enemigos para ayudarlos. Sin embargo, con ello no se habrá eliminado la diferenciación entre amigos y enemigos. Si los ciudadanos de un Estado afirman de si mismos que, personalmente, no tienen enemigos, el hecho no tiene nada que ver con esta cuestión ya que una persona privada no tiene enemigos políticos. Lo máximo que un ciudadano puede llegar a querer decir con una declaración como ésa es que desea excluirse de la totalidad política — a la que por su existencia pertenece — para vivir exclusivamente en calidad de persona privada. [36]. Más allá de ello, sería también un error creer que un pueblo puede eliminar la diferenciación entre amigos y enemigos mediante una declaración de amistad a todo el mundo, o mediante la decisión de desarmarse voluntariamente. El mundo no se despolitiza de esta manera, ni queda tampoco colocado en un estado de moralidad pura, juridicidad pura o economía pura. Cuando un pueblo le teme a las penurias y a los riesgos de una existencia política, lo que sucederá es que, simplemente, aparecerá otro pueblo que lo relevará de este esfuerzo haciéndose cargo de la "protección frente a los enemigos externos" y, con ello, se hará cargo también del dominio político. El protector será entonces quien determinará al enemigo, como consecuencia de la eterna relación que hay entre protección y obediencia. [37]
Sobre este principio no descansa solamente el orden feudal y la relación de señor y vasallo, jefe y secuaz, patrón y clientela. Estas relaciones sólo destacan el principio de un modo especialmente claro y abierto, sin encubrirlo. En realidad, no existe ninguna relación jerárquica, ninguna legitimidad o legalidad razonables, sin la correspondencia entre protección y obediencia. El protego ergo obligo es el cogito ergo sum del Estado y una teoría del Estado que no sea sistemáticamente conciente de esta frase permanecerá siendo un fragmento insuficiente. Hobbes (al final de la edición inglesa de 1651, pág. 396) indica que el verdadero objetivo de su "Leviathan" es el de hacerle ver a los hombres esa "mutual relation between Protection and Obedience" cuya observancia inquebrantable es exigida tanto por la naturaleza humana como por el Derecho Divino.
Hobbes comprobó esta verdad en las peores épocas de la guerra civil porque en una situación como ésa desaparecen todas la ilusiones legitimistas y normativistas con las cuales a las personas, durante las épocas de seguridad estable, les place autoengañarse en materia de realidades políticas. Cuando en el interior de un Estado hay partidos organizados que pueden brindarle a sus miembros una protección mayor que la brindada por el Estado, aún en el mejor de los casos el Estado queda convertido en un anexo de estos partidos y el ciudadano individual sabe a quién tiene que obedecer. Esto no puede ser justificado por ninguna "teoría pluralista del Estado" tal como ha sido tratado anteriormente. Lo elementalmente cierto de este axioma de la protección-obediencia aparece con claridad aún mayor en las relaciones inter-estatales de política exterior. El protectorado de Derecho Público, las uniones o federaciones hegemónicas de Estados, los tratados de protección y garantías de diversa índole hallan en este axioma su fórmula más simple.
Sería torpe creer que un pueblo inerme sólo tendría amigos y es un cálculo crapuloso suponer que el enemigo podría quizás ser conmovido por una falta de resistencia. Nadie consideraría posible que los seres humanos, mediante una renuncia a toda productividad estética o económica, puedan llevar el mundo a una situación de, por ejemplo, pura moralidad. Pues mucho menos podría un pueblo, mediante la renuncia a toda decisión política, crear un estadio de la humanidad moralmente puro o económicamente puro. Lo político no desaparecerá de este mundo debido a que un pueblo ya no tiene la fortaleza o la voluntad de mantenerse dentro del ámbito político. Lo que desaparecerá será tan sólo un pueblo débil. [38]

Una Historia en tres páginas

Una historia en tres páginas



Saludos

miércoles, 20 de febrero de 2008

The Beatles: Helter Skelter

El mítico album Blanco de los Beatles, el album doble que innovo muchas variedades sonoras distorsionadas, para muchos el desarrollo caótico estuvo hecho por Helter Skelter, el tema,estilísticamente mal hecho, pero creativamente espléndido.



Saludos

Carl Schmitt: El Concepto de lo Político IV

4). El Estado como estructura de unidad política, cuestionado por el pluralismo [27]
Toda contraposición religiosa, moral, económica, étnica o de cualquier otra índole se convierte en una contraposición política cuando es lo suficientemente fuerte como para agrupar efectivamente a los seres humanos en amigos y enemigos. Lo político no reside en el combate mismo que, a su vez, posee sus leyes técnicas, psicológicas y militares propias. Reside, como ya fue dicho, en un comportamiento determinado por esta posibilidad real, con clara conciencia de la situación propia así determinada y en la tarea de distinguir correctamente al amigo del enemigo. Una comunidad religiosa que libra guerras, sea contra los miembros de otras comunidades religiosas, sea otro tipo de guerras, es una unidad política, más allá de constituir una comunidad religiosa. Es una magnitud política incluso si está en condiciones de evitar guerras mediante una prohibición válida para sus miembros, esto es: si puede negarle efectivamente la calidad de enemigo a un oponente. Lo mismo vale para una asociación de personas fundada sobre bases económicas como, por ejemplo, un grupo industrial o un sindicato. Incluso una "clase", en el sentido marxista del término, cesa de ser algo puramente económico y se convierte en una magnitud política cuando llega a este punto decisivo, es decir: cuando toma en serio la "lucha" de clases y trata a la clase adversaria como a un real enemigo para combatirlo, ya sea como Estado contra Estado, ya sea en una guerra civil dentro de un Estado. En un caso así, el combate real ya no transcurrirá según las reglas económicas sino que tendrá — aparte de los métodos del combate técnicamente entendidos en el sentido más estricto — sus compromisos, sus necesidades, sus coaliciones y sus orientaciones políticas. Si dentro del Estado el proletariado se adueña del poder político, lo que surgirá será sencillamente un Estado proletario; que será una estructura política en no menor grado en que lo es un Estado nacional, un Estado de sacerdotes, comerciantes, soldados, empleados públicos, o de cualquier otra categoría. Supongamos que se consiga agrupar a toda la humanidad en amigos y enemigos, según Estados proletarios y Estados capitalistas, de acuerdo con la contraposición de proletarios y burgueses. En ese caso, lo que se manifestará será toda la realidad política que han obtenido estos conceptos, al principio y en apariencia tan "puramente" económicos. Supongamos, por el contrario, que la fuerza política de una clase, o de cualquier otra agrupación dentro de un pueblo, sólo alcanza para impedir toda guerra librada hacia el exterior, sin poseer por si misma la capacidad o la voluntad de hacerse cargo del poder estatal, de diferenciar por si misma a amigos de enemigos y, en caso necesario, de librar una guerra. En un caso como éste, la unidad política se habrá destruido.
Lo político puede adquirir su fuerza de los más diversos ámbitos de la vida humana; de contraposiciones religiosas, económicas, morales y otras. No indica a una esfera de acción en particular sino tan sólo al grado de intensidad de una asociación o disociación de personas cuyas motivaciones pueden ser de ídole religiosa, nacional (tanto en sentido étnico como cultural), económica, etc. pudiendo estas motivaciones producir diferentes uniones y divisiones en distintas épocas. El agrupamiento real en amigos y enemigos es esencialmente tan fuerte y decisivo que la contraposición no-política — en el mismo momento en que produce el agrupamiento — procede a relegar a un segundo plano sus criterios y motivos, hasta ese momento "puramente" religiosos, "puramente" económicos o "puramente" culturales. La contraposición no-política queda así sojuzgada por las condiciones y las exigencias de una situación que ya se ha vuelto política; condiciones y exigencias que frecuentemente parecen inconsecuentes e "irracionales" desde el punto de partida inicial "puramente" religioso, "puramente" económico, o de cualquier otra clase de "pureza". De cualquier modo que sea, un agrupamiento orientado al caso decisivo es siempre político. Por ello es que constituye el agrupamiento decisivo y, consecuentemente, la unidad política — cuando existe en absoluto — constituye la unidad decisiva, siendo "soberana" en el sentido de que, por necesidad conceptual, el poder de decisión sobre del caso decisivo debe residir en ella, aún si el caso es excepcional.
La palabra "soberanía" tiene aquí un sentido bien definido, al igual que la palabra "unidad". Estos términos de ningún modo significan que, si una persona pertenece a una unidad política, cada detalle de su vida de tiene que estar determinado y comandado desde lo político; ni tampoco implican que un sistema centralizado debe aniquilar a todas las demás organizaciones o corporaciones. Puede suceder que consideraciones de tipo económico resulten ser más fuertes que toda la voluntad del gobierno de un Estado supuestamente neutral en materia económica. Del mismo modo, el poder de un Estado supuestamente neutral en materia confesional, encuentra fácilmente sus límites en las convicciones religiosas imperantes. Pero lo que realmente importa es siempre y tan sólo el caso del conflicto. Si las fuerzas opositoras económicas, culturales o religiosas son tan fuertes como para tomar por si mismas la decisión sobre el caso determinante, ello será porque, sencillamente, se han constituido en la nueva substancia de la unidad política. Si no son lo suficientemente fuertes como para impedir una guerra decidida en contra de sus propios intereses y principios, pues entonces quedará demostrado que no han llegado al punto decisorio de lo político. Si son lo suficientemente fuertes como para impedir una guerra, decidida por la conducción del Estado y perjudicial a sus intereses o principios, pero no lo sufientemente fuertes como para tomar por si mismas la decisión de determinar una guerra, pues entonces y en ese caso, ya no existe una magnitud política coherente. Sea cual fuere la relación de fuerzas: la unidad política es necesaria como consecuencia de la orientación hacia el posible caso decisivo del combate real contra el enemigo real. Y, o bien es soberana en este sentido (y no en algún otro sentido absolutista) para determinar la unidad decisiva en cuanto al agrupamiento en amigos y enemigos, o bien no existe en absoluto.
La muerte y el fin del Estado se proclamaron algo apresuradamente cuando se reconoció la gran importancia política que tienen las asociaciones económicas dentro del Estado y, en especial, cuando se observó el crecimiento de los sindicatos en contra de cuya herramienta de poder — la huelga — las leyes del Estado resultaban bastante impotentes. Por lo que puedo ver, esto surgió como doctrina constituida recién a partir de 1906 y 1907 entre los sindicalistas franceses. [28] De los teóricos del Estado que pueden ser citados en este contexto, Duguit es el más conocido. Desde 1901 ha intentado rebatir el concepto de soberanía y la imagen de la personalidad del Estado con algunos certeros argumentos dirigidos contra una metafísica estatista carente de crítica y contra las personificaciones del Estado que, en última instancia, no son sino residuos de la época del principado absolutista. En lo esencial, sin embargo, no ha acertado con el real sentido político de la idea de soberanía. Algo similar es válido también para la llamada teoría pluralista del Estado, de G.D.H. Cole y Harold J. Laski, [29] surgida en los países anglosajones. Su pluralismo consiste en negar la unidad soberana del Estado — es decir: en negar la unidad política — y subrayar constantemente que el individuo vive en medio de una multiplicidad y diversidad de uniones y relaciones sociales. Es miembro de una congregación religiosa, una nación, un sindicato, una familia, un club deportivo y muchas otras "asociaciones" que lo determinan con diferente intensidad, según el caso, obligándolo a una "pluralidad de compromisos de fidelidad y lealtad", sin que por ello alguien pueda decir que alguna estas asociaciones es incondicionalmente determinante y soberana. Muy por el contrario, estas distintas "asociaciones", cada una en un campo diferente, podrían terminar siendo las más fuertes y el conflicto de las fidelidades y lealtades sólo se resolvería caso por caso. Uno podría imaginar, por ejemplo, que los miembros de un sindicato sigan concurriendo a la iglesia, a pesar de que la consigna del sindicato es abandonar el culto, mientras simultáneamente las mismas personas tampoco obedecen la exhortación de su iglesia a abandonar el sindicato.
En este ejemplo se hace especialmente patente la coordinación de asociaciones religiosas y gremiales que puede llegar a impulsar una alianza entre iglesias y sindicatos en virtud de su contraposición conjunta contra el Estado. Esta alianza es típica del pluralismo que se observa en los países anglosajones. Su punto de partida teórico, aparte de la teoría corporativa de Gierke, ha estado por sobre todo en el libro de J. Neville Figgis sobre "Las Iglesias en el Estado Moderno" (1913). [30] El proceso histórico al que Laski hace referencia una y otra vez, y que evidentemente lo ha impresionado sobremanera, es la tan simultánea como malograda maniobra de Bismarck contra la iglesia católica y contra los socialistas. En ocasión del "Kulturkampf " contra la iglesia de Roma quedó demostrado que ni siquiera un Estado poseedor de la fuerza inquebrantada del Imperio Bismarckiano es absolutamente soberano ni todopoderoso. Como que este Estado tampoco salió vencedor de su lucha contra las organizaciones obreras socialistas, ni en el campo económico habría estado en condiciones de quitar de manos de los sindicatos el poder residente en el "derecho de huelga".
En gran medida esta crítica es acertada. Los enunciados acerca de la "omnipotencia" del estado son de hecho, frecuentemente tan sólo secularizaciones superficiales de fórmulas teológicas referidas a la omnipotencia divina, y la doctrina alemana del Siglo XIV acerca de la "personalidad" del Estado es, en parte una antítesis polémica dirigida contra la personalidad del príncipe "absoluto", y en parte una maniobra para desviar hacia el Estado, entendido como "tercero superior", la disyuntiva de: o soberanía del Príncipe, o soberanía popular. Pero con ello todavía no esta respondida la pregunta acerca de cual es la "unidad social" (si se me permite utilizar aquí el impreciso y liberal concepto de lo "social") que decidirá el caso conflictivo y determinará el decisivo agrupamiento según amigos y enemigos. Ni una Iglesia, ni un sindicato, ni una alianza entre ambos, habría prohibido o evitado una guerra que el Imperio Alemán bajo Bismarck hubiese querido librar. Por supuesto que Bismarck no podía declararle la guerra al Papa, pero eso tan sólo porque el Papa mismo ya no tenía ningún jus belli; ni tampoco los sindicatos socialistas pensaron en presentarse como "partie beligérante". En todo caso, ninguna instancia hubiera querido, o podido, oponerse a una decisión tomada por el gobierno alemán de aquél entonces sobre el conflicto determinante, sin convertirse en enemigo político y sufrir todas las consecuencias inherentes a este concepto, y viceversa: ni la Iglesia ni sindicato alguno plantearon la guerra civil. [31] Esto es suficiente para fundamentar un concepto razonable de soberanía y de unidad. La unidad política es simplemente, por su esencia, la unidad determinante, y es indiferente de cuales fuerzas alimenta sus últimas motivaciones psíquicas. Cuando existe, es la unidad suprema; es decir: la unidad que decide los casos de gravedad determinante.
El hecho de que el Estado constituya una unidad — y , más aún: la unidad determinante — se debe a su carácter político. Una teoría pluralista es, o bien la Teoría de un Estado que ha logrado su unidad mediante la federación de coaliciones sociales, o bien tan sólo una teoría de la disolución o la impugnación del Estado. Cuando niega su unidad y lo pone, en calidad de "asociación política", en un mismo plano de igualdad con otras asociaciones — por ejemplo: religiosas o económicas — debería, ante todo, responder la pregunta relativa al contenido específico de lo político. Pero en ninguno de los muchos libros de Laski se puede encontrar una definición específica de lo político, aún cuando constantemente se hable en ellos de Estado, política, soberanía y "government". El Estado simplemente se transforma en una asociación que compite con otras asociaciones. Se convierte en una sociedad junto con — y entre — algunas otras sociedades que existen dentro o fuera del Estado. Éste es el "pluralismo" de esta Teoría del Estado que dirige todo su ingenio contra anteriores exageraciones del Estado; contra su "señorío" y su "personalidad", contra su "monopolio" de la unidad suprema, mientras en todo ello sigue quedando ininteligible qué es lo que la unidad política habría de ser en absoluto. A veces aparece — en el viejo estilo liberal — como mero sirviente de una sociedad esencialmente determinada por lo económico; a veces de forma pluralista como una clase especial de sociedad, esto es: como una asociación más entre otras asociaciones; y a veces, finalmente, como un producto de la federación de coaliciones sociales; o incluso como una especie de asociación-federadora de otras asociaciones. Lo que queda sin explicar es por qué motivo los seres humanos, al lado de asociaciones religiosas, culturales, económicas y demás, todavía construyen una asociación política y en qué consiste el sentido político específico de este último tipo de asociación. En esto no se percibe una línea firme y definida de pensamiento, y como concepto último, abarcador, enteramente monista-universal y de ningún modo pluralista, aparece la "society" en Cole y la "humanity" en Laski.
Esta teoría pluralista del Estado es, por sobre todo, pluralista en si misma. Esto es: en realidad, no posee un núcleo central. Recoge sus temas intelectuales de entre los más diversos círculos de ideas (religión, economía, liberalismo, socialismo, etc.). Ignora el concepto central de toda Teoría del Estado — lo político — y ni siquiera considera la posibilidad de que el pluralismo de las asociaciones podría conducir a una unidad política de estructura federal. Permanece completamente atascada en un individualismo liberal porque, en última instancia, no hace más que jugar a enfrentar a las asociaciones entre si en beneficio del individuo libre y sus asociaciones libres; con lo que todas las cuestiones y conflictos terminan siendo decididos por el individuo. En honor a la verdad, no existe una "sociedad" o una "asociación" política. Existe tan sólo una unidad política; una "comunidad" política. La posibilidad concreta de agrupamientos del tipo amigo-enemigo es suficiente para crear, por sobre lo puramente social-asociativo, una unidad determinante — que es algo específicamente diferente y constituye algo decisivo frente a las demás asociaciones. [32] Cuando esta unidad desaparece hasta como eventualidad, desaparece también incluso lo político. Solamente desconociendo o no respetando la esencia de lo político es posible colocar a una "asociación" política al lado de otra asociación religiosa, cultural, económica, o de cualquier otra índole, para hacerla competir con todas las demás. En todo caso, del concepto de lo político — como se verá más adelante — se desprenden consecuencias pluralistas, pero no en el sentido de que dentro de una y la misma unidad política se pueda colocar un pluralismo en el lugar del agrupamiento determinante de amigos y enemigos sin con ello destruir también a lo político en si mismo.

viernes, 15 de febrero de 2008

La Tumba de las Luciérnagas

Fanático del ánime, creo que es una de las películas mejor logradas,que se desarrolla en el Japón de la II Guerra Mundial y parte de lo que continuo luego de ella.
Es chévere, recrea bien los sentimientos humanos sin caer en el sentimentalismo.



Consigan la película, no se arrepentiran.
chao

martes, 12 de febrero de 2008

Bush ebrio en una Boda

Ummmmm, sin comentarios.... solo vienen adjetivos a la mente.

Bush Drunk at Wedding


ummmm...
saludos

domingo, 10 de febrero de 2008

'TOP TEN GEORGE W. BUSH MOMENTS' CORRESPONDENTS' D. LETTERMAN Program

Escojan los mejores momentos de Bush, es de una torpeza sin límites, el presidente que llevó a grandes guerras, probablemente el más "estúpido" de los presidentes americanos.
una democracia que colapsa, que dice admirar la libertad y los DDHH, pero que es la principal violadora de ellos.



Aquí a su presidente, representante de los más grandes traficantes de armas y empresarios petroleros, que no dudan en ir a la guerra y asesinar miles de pobladores, por dinero. Cultores de la literalidad de la Biblia, fanáticos halcones los que colaboran con Bush.

10 momentos en la vida de G.W Bush.

Increible pero cierto, él nos gobierna, una gran Oclocracia la que rige los destinos de EEUU, sin mencionar a los cultores de la guerra, una especie de unión entre la estupidez y la ambición desmedida, la que rige el mundo contemporáneo.



saludos

viernes, 8 de febrero de 2008

Bob DYLAN: It Ain't Me Babe

Bob Dylan - It Ain't Me Babe

Mi "tema" preferido de Dylan, el que mejor escribe entre los rockeros, el que mejor expresa en sus notas, particular aprecio a una vida dedicada a la música; aunque sea catalogado, ridículamente, de adorador del "diablo", creo que es uno de los mejores compositores vivos.



Exclentes poemas; mi alma es de metal, la noche es larga y siento frío, mucho frío, ja

saludos

Carl schmitt: el Concepto de lo Político

3). La guerra como manifestación visible de la enemistad
Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos; no entremezclados y debilitados mediante concepciones económicas, morales o de otra índole; menos todavía psicológicamente y en un sentido privado-individualista como expresión de sentimientos y tendencias privadas. No son contraposiciones normativas ni "puramente espirituales". El liberalismo, con su típico dilema entre espíritu y economía (a ser tratado más adelante), ha intentado diluir al enemigo convirtiéndolo en un competidor por el lado de los negocios y en un oponente polemizador por el lado espiritual. Dentro del ámbito de lo económico ciertamente no existen enemigos sino tan sólo competidores y en un mundo absolutamente moralizado y ético quizás sólo existan adversarios que polemizan. Sin embargo, que se lo considere — o no — detestable; y, quizás, que hasta se quiera ver un remanente atávico de épocas bárbaras en el hecho de que los pueblos todavía siguen agrupándose realmente en amigos y enemigos; o bien que se anhele que la diferenciación desaparecerá algún día de la faz de la tierra; o que quizás sea bueno y correcto fingir por razones pedagógicas que ya no existen enemigos en absoluto; todo eso está aquí fuera de consideración. Aquí no se trata de ficciones y normatividades sino de la realidad existencial y de la posibilidad real de esta diferenciación. Se podrán compartir — o no — las esperanzas o las intenciones pedagógicas mencionadas; pero que los pueblos se agrupan de acuerdo a la contraposición de amigos y enemigos, que esta contraposición aún hoy todavía existe y que está dada como posibilidad real para todo pueblo políticamente existente, eso es algo que de modo racional no puede ser negado.
El enemigo no es, pues, el competidor o el opositor en general. Tampoco es enemigo un adversario privado al cual se odia por motivos emocionales de antipatía. "Enemigo" es sólo un conjunto de personas que, por lo menos de un modo eventual — esto es: de acuerdo con las posibilidades reales — puede combatir a un conjunto idéntico que se le opone. Enemigo es solamente el enemigo público, porque lo que se relaciona con un conjunto semejante de personas — y en especial con todo un pueblo — se vuelve público por la misma relación. El enemigo es el hostis, no el inmicus en un sentido amplio; el polemios, no el echthros. [17]. El idioma alemán, al igual que otros idiomas, no distingue entre el "enemigo" privado y el político, por lo que se vuelven posibles muchos malentendidos y falsificaciones. El tantas veces citado pasaje "amad a vuestros enemigos" (Mateo 5,44; Lucas 6,27) en realidad dice: »diligite inimicos vestros« — agapate tous echtrous hymon — y no diligite hostes vestros; por lo que no se habla allí del enemigo político. [18] En la milenaria lucha entre el cristianismo y el islam jamás a cristiano alguno se le ocurrió tampoco la idea de que, por amor, había que ceder Europa a los sarracenos o a los turcos en lugar de defenderla. Al enemigo en el sentido político no hay por qué odiarlo personalmente y recién en la esfera de lo privado tiene sentido amar a nuestro "enemigo", vale decir: a nuestro adversario. La mencionada cita bíblica no pretende eliminar otras contraposiciones como las del bien y del mal, o la de lo bello y lo feo, por lo que menos aun puede ser relacionada con la contraposición política. Por sobre todo, no significa que se debe amar a los enemigos del pueblo al que se pertenece y que estos enemigos deben ser apoyados en contra del pueblo propio.
La contraposición política es la más intensa y extrema de todas, y cualquier otra contraposición concreta se volverá tanto más política mientras más se aproxime al punto extremo de constituir una agrupación del tipo amigo-enemigo. En el interior de un Estado — que como unidad política organizada toma, por sí y como conjunto, la decisión sobre la amistad-enemistad, — y además, junto a las decisiones políticas primarias y en defensa de la decisión tomada, surgen luego numerosos conceptos secundarios de lo "político". Por de pronto, surgen merced a la equiparación de lo político con lo estatal tratada en el primer punto. Esta equiparación hace que, por ejemplo, la "política de Estado" confronte con las posiciones político-partidarias; o que se pueda hablar de la política religiosa, la política educativa, la política comunal, la política social, etc. del propio Estado. Aunque a pesar de todo incluso aquí subsiste, y es constitutivo para el concepto de lo político, una contraposición y un antagonismo dentro del Estado — bien que, en todo caso, relativizados por la existencia de la unidad política estatal, abarcadora de todas las demás contraposiciones. [19] Por último, se desarrollan también otras especies aun más atenuadas de "política", distorsionadas hasta lo parasitario y caricaturesco, en las cuales sólo queda algún remanente antagónico de la agrupación amigo-enemigo original; aspecto éste que se manifiesta en disputas e intrigas, tácticas y prácticas de toda índole, y que describe como "política" a los negociados y a las manipulaciones más extrañas. Pero que la esencia de la relación política sigue manteniéndose en la referencia a una contraposición concreta, lo expresa el vocabulario cotidiano incluso allí en dónde la conciencia plena del "caso decisivo" se ha perdido.
Esto puede verse diariamente en dos fenómenos fácilmente verificables. En primer lugar, todos los conceptos, ideas y palabras políticas poseen un sentido polémico; tienen a la vista una rivalidad concreta; están ligadas a una situación concreta cuya última consecuencia es un agrupamiento del tipo amigo-enemigo (que se manifiesta en la guerra o en la revolución); y se convierten en abstracciones vacías y fantasmagóricas cuando esta situación desaparece. Palabras como Estado, república [20], sociedad, clase, y más allá de ellas: soberanía, Estado de Derecho, absolutismo, dictadura, plan, Estado neutral o total, etc. resultan incomprensibles si no se sabe quien in concreto habrá de ser designado, combatido, negado y refutado a través de una de ellas [21] . El carácter polémico domina sobre todo, incluso sobre el empleo de la misma palabra "político"; tanto si se califica al oponente de "impolítico" (en el sentido de divorciado de la realidad o alejado de lo concreto) como si, a la inversa, alguien desea descalificarlo denunciándolo de "político" para colocarse a si mismo por sobre él autodefiniéndose como "apolítico" (en el sentido de puramente objetivo, puramente científico, puramente moral, puramente jurídico, puramente estético, puramente económico, o en virtud de alguna pureza similar). En segundo lugar, en las expresiones usuales de la polémica intra-estatal cotidiana, frecuentemente se emplea hoy el término "político" como sinónimo de "político-partidario". La inevitable "subjetividad" de todas las decisiones políticas — que no es sino un reflejo de la diferenciación amigo-enemigo inmanente a todo comportamiento político — se manifiesta aquí en las mezquinas formas y horizontes de la distribución de cargos y prebendas políticas. La demanda de una "despolitización" significa, en este caso, tan sólo una superación del partidismo etc. La ecuación político=partidario es posible cuando pierde su fuerza la concepción de la unidad política (del "Estado"), abarcadora y relativizadora de todos los partidos políticos internos conjuntamente con sus rivalidades, a consecuencia de lo cual las contraposiciones internas adquieren una intensidad mayor que la contraposición común externa frente a otro Estado. Cuando dentro de un Estado las contraposiciones partidarias se han vuelto las contraposiciones políticas por excelencia, hemos arribado al punto extremo de la secuencia posible en materia de "política interna"; esto es: los agrupamientos del tipo amigo-enemigo relativos a la política interna, y no a la política exterior, son los que se vuelven relevantes para el enfrentamiento armado. En el caso de semejante "primacía de la política interna", la posibilidad real del combate, que siempre tiene que estar presente para que se pueda hablar de política, se refiere por lo tanto a la guerra civil y ya no a la guerra entre unidades organizadas de pueblos (Estados o Imperios). [22]
Al concepto de enemigo y residiendo en el ámbito de lo real, corresponde la eventualidad de un combate. En el empleo de esta palabra hay que hacer abstracción de todos los cambios accidentales, subordinados al desarrollo histórico, que ha sufrido la guerra y la tecnología de las armas. La guerra es el combate armado entre unidades políticas organizadas; la guerra civil es el combate armado en el interior de una unidad organizada (unidad que se vuelve, sin embargo, problemática debido a ello). Lo esencial en el concepto de "arma" es que se trata de un medio para provocar la muerte física de seres humanos. Al igual que la palabra "enemigo", la palabra "combate" debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial. No significa competencia, ni el "puramente espiritual" combate dialéctico, ni la "lucha" simbólica que, al fin y al cabo, toda persona siempre libra de algún modo porque, ya sea de una forma o de otra, toda vida humana es una "lucha" y todo ser humano un "luchador". Los conceptos de amigo, enemigo y combate reciben su sentido concreto por el hecho de que se relacionan especialmente con la posibilidad real de la muerte física y mantienen esa relación. La guerra proviene de la enemistad puesto que ésta es la negación esencial de otro ser. La guerra es solamente la enemistad hecha real del modo más manifiesto. No tiene por qué ser algo cotidiano, algo normal; ni tampoco tiene por qué ser percibido como algo ideal o deseable. Pero debe estar presente como posibilidad real si el concepto de enemigo ha de tener significado.
Consecuentemente, de ninguna manera se trata aquí de sostener que la existencia política no es más que una guerra sangrienta y cada acción política una operación de combate militar; como si cada pueblo estuviese ininterrumpida y constantemente puesto ante la alternativa de amigo o enemigo en su relación con cualquier otro pueblo y lo correcto en política no pudiese residir justamente en evitar la guerra. La definición de lo político aquí expuesta no es ni belicista, ni militarista, ni imperialista, ni pacifista. Tampoco constituye un intento de presentar a la guerra victoriosa, o a la revolución triunfante, como un "ideal social", ya que ni la guerra ni la revolución constituyen algo "social" o "ideal", [23] [24]
El combate militar en si mismo no es la "continuación de la política por otros medios" como reza la famosa frase, generalmente mal citada, de Clausewitz. [25] El combate militar, en tanto guerra, tiene sus propios puntos de vista y sus propias reglas estratégicas, tácticas y demás, pero todas ellas dan por establecido y presuponen que la decisión política de definir quién es el enemigo ya ha sido tomada. En la guerra los contendientes se enfrentan como tales, normalmente hasta diferenciados por medio de un "uniforme", y por ello la diferenciación de amigo y enemigo ya no constituye un problema político que el soldado combatiente tenga que resolver. Por esto es que resultan acertadas las palabras del diplómata inglés que decía que el político está mejor adiestrado para el combate que el soldado, puesto que el político combate durante toda su vida mientras que el soldado sólo lo hace excepcionalmente. La guerra no es ni el objetivo, ni el propósito de la política. Ni siquiera es su contenido. Con todo, es el pre-supuesto — en tanto posibilidad real permanentemente existente — que define el accionar y el pensar del ser humano de un modo especial, suscitando con ello un comportamiento específicamente político.
Por eso es que el criterio de la diferenciación entre amigos y enemigos tampoco significa, de ninguna manera, que un determinado pueblo deba ser eternamente el enemigo o el amigo de otro determinado pueblo; o bien que una neutralidad no sea posible o que no pueda ser políticamente razonable. Es tan sólo que el concepto de la neutralidad, como todo concepto político, también está subordinado al prerrequisito último de una posibilidad real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo. Si sobre la faz de la tierra existiese tan sólo la neutralidad, no sólo sería el fin de la guerra; sería también el fin de la neutralidad misma — de la misma forma en que cualquier política, incluso una política de evitar el combate, termina cuando desaparece en forma absoluta toda posibilida real de que se produzcan combates. Lo concluyente es siempre tan sólo que exista la posibilidad del caso decisivo del combate real, y de la decisión respecto de si este caso está, o no está dado.
Que el caso se produzca sólo en forma excepcional no anula su carácter determinante sino, por el contrario, lo fundamenta. Si bien las guerras no son hoy tan numerosas y frecuentes como antaño, no por ello ha dejado de aumentar su arrolladora furia total , en la misma y quizás hasta en mayor medida aún que en la que ha disminuido su número y su cotidianeidad. Aún hoy el "casus belli" sigue siendo el caso planteado "en serio". Podemos decir que aquí, al igual que en otras cuestiones, es justamente la excepción la que adquiere un significado especialmente decisivo y pone al descubierto el núcleo de las cosas. Porque recién en el combate real queda demostrada la consecuencia extrema del agrupamiento político en amigos y enemigos. Es desde esta más extrema posibilidad que la vida del ser humano adquiere su tensión específicamente política.
Un mundo en el cual la posibilidad de un combate estuviese totalmente eliminada y desterrada, una globo terráqueo definitivamente pacificado sería un mundo sin la diferenciación de amigos y enemigos y, por lo tanto, sería un mundo sin política. Podría existir en él toda una variedad de interesantes contraposiciones, contrastes, competencias e intrigas de toda clase; pero razonablemente no podría existir una contraposición en virtud de la cual se puede exigir del ser humano el sacrificio de la propia vida y en virtud de la cual se puede autorizar a seres humanos a derramar sangre y a dar muerte a otros seres humanos. Para una definición del concepto de lo político tampoco aquí se trata de si se considera deseable arribar a un mundo así, sin política, como un estado ideal de cosas. El fenómeno de lo político se hace comprensible solamente a través de su relación con la posibilidad real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo, más allá de los juicios de valor religiosos, morales, estéticos o económicos que de lo político se hagan a consecuencia de ello.
La guerra, en tanto medio político más extremo, revela la posibilidad de esta diferenciación entre amigos y enemigos, subyacente a toda concepción política, y es por eso que tiene sentido solamente mientras esta diferenciación se halle realmente presente en la humanidad o, al menos, mientras sea realmente posible. Por el contrario, una guerra librada por motivos "puramente" religiosos, "puramente" morales, "puramente" jurídicos o "puramente" económicos, carecería de sentido. De las contraposiciones específicas de estas esferas de la vida humana no se puede derivar el agrupamiento amigo-enemigo y, por lo tanto, tampoco se puede derivar una guerra. Una guerra no tiene por qué ser algo devoto, algo moralmente bueno, ni algo rentable. En la actualidad probablemente no es ninguna de esas cosas. Esta simple conclusión se enmaraña la mayoría de las veces por el hecho de que las contraposiciones religiosas, morales y de otro tipo se intensifican hasta alcanzar la categoría de contraposiciones políticas y con ello pueden producir el decisivo agrupamiento combativo de amigos y enemigos. Pero en cuanto se llega a este agrupamiento combativo, la contraposición decisiva ya no es más puramente religiosa, moral o económica, sino política. La cuestión en ese caso es siempre tan sólo la de si un agrupamiento del tipo amigo-enemigo está, o no, dada como posibilidad concreta, o como realidad; más allá de cuales hayan sido los motivos humanos lo suficientemente fuertes como para producir ese agrupamiento.
Nada puede escapar a este rasgo consecuencial de lo político. Si la oposición pacifista a la guerra pudiese hacerse tan fuerte como para llevar los pacifistas a la guerra contra los no-pacifistas; si esa oposición desatase una "guerra contra la guerra", con ello no haría más que probar que tiene realmente fuerza política porque, en dicho caso, sería lo suficientemente fuerte como para agrupar a los seres humanos en amigos y enemigos. Si la determinación de evitar la guerra se hace tan fuerte que ya no retrocede ni ante la guerra misma, es simplemente porque se ha vuelto un móvil político, es decir: afirma, aunque más no sea como eventualidad extrema, a la guerra y hasta al sentido de la guerra. En la actualidad ésta parece haberse constituido en una forma epecialmente extendida de justificar las guerras. La guerra se desarrolla así bajo la consigna de ser siempre la "última y definitiva guerra de la humanidad". Guerras de esta índole son, por necesidad, guerras especialmente violentas y crueles porque, transponiendo lo político, rebajan al enemigo simultáneamente tanto en lo moral como en las demás categorías, y se ven forzadas a hacer de él un monstruo inhumano que no sólo debe ser repelido sino exterminado, por lo que ya no es tan sólo un enemigo que debe ser rechazado hacia dentro de sus propias fronteras. Sin embargo, en la posibilidad de tales guerras puede demostrarse con especial claridad que la guerra, como posibilidad real, todavía existe en la actualidad y ello es lo único relevante en cuanto a la diferenciación entre amigos y enemigos y en cuanto a la comprensión de lo político. [26]

lunes, 4 de febrero de 2008

Pink Floyd en Pompeya: Echoes Parte I

Echoes, del "genial concierto" de Pink Floyd, en Pompeya.
Véanlo, es simplemente música experimental muy buena.



El inicio del Rock Progresivo.
saludos

Sorprendido por la Orca

Quién pesca a quién? La naturaleza en parte de su dimensión "devoradora".



Sorprendente el video, aunque la verdad ya no me fio de la autenticidad de estos videos
saludos.

El concepto de lo Político III: Carl Schmitt

Para completar la idea del concepto de lo Político de Schmitt, la diferenciación de "ideas" "morales".
un abrazo

El Concepto de lo Político

2. La diferenciación de amigos y enemigos como criterio de lo político

Una definición conceptual de lo político puede obtenerse sólo mediante el descubrimiento y la verificación de categorías específicamente políticas. De hecho, lo político tiene sus propios criterios que se manifiestan de un modo particular frente a las diferentes áreas específicas relativamente independientes del pensamiento y del accionar humanos, en especial frente a lo moral, lo estético y lo económico. Por ello lo político debe residir en sus propias, últimas, diferenciaciones, con las cuales se puede relacionar todo accionar que sea político en un sentido específico. Supongamos que, en el área de lo moral las diferenciaciones últimas están dadas por el bien y el mal; que en lo estético lo están por la belleza y la fealdad; que lo estén por lo útil y lo perjudicial en lo económico o bien, por ejemplo, por lo rentable y lo no-rentable. La cuestión que se plantea a partir de aquí es la de si hay — y si la hay, en qué consiste — una diferenciación especial, autónoma y por ello explícita sin más y por si misma, que constituya un sencillo criterio de lo político y que no sea de la misma especie que las diferenciaciones anteriores ni análoga a ellas.
La diferenciación específicamente política, con la cual se pueden relacionar los actos y las motivaciones políticas, es la diferenciación entre el amigo y el enemigo. Esta diferenciación ofrece una definición conceptual, entendida en el sentido de un criterio y no como una definición exhaustiva ni como una expresión de contenidos. En la medida en que no es derivable de otros criterios, representa para lo político el mismo criterio relativamente autónomo de otras contraposiciones tales como el bien y el mal en lo moral; lo bello y lo feo en lo estético, etc. En todo caso es autónomo, no por constituir un nueva y propia esfera de cuestiones, sino por el hecho que no está sustentado por alguna, o varias, de las demás contraposiciones ni puede ser derivado de ellas. Si la contraposición del bien y del mal no puede ser equiparada así como así y simplemente con la de lo bello y lo feo, ni con la de lo útil y lo perjudicial, siendo que tampoco puede ser derivada de ellas, mucho menos debe confundirse o entremezclares la contraposición del amigo y el enemigo con cualquiera de las contraposiciones anteriores. La diferenciación entre amigos y enemigos tiene el sentido de expresar el máximo grado de intensidad de un vínculo o de una separación, una asociación o una disociación. Puede existir de modo teórico o de modo práctico, sin que por ello y simultáneamente todas las demás diferenciaciones morales, estéticas, económicas, o de otra índole, deban ser de aplicación. El enemigo político no tiene por qué ser moralmente malo; no tiene por qué ser estéticamente feo; no tiene por qué actuar como un competidor económico y hasta podría quizás parecer ventajoso hacer negocios con él. Es simplemente el otro, el extraño, y le basta a su esencia el constituir algo distinto y diferente en un sentido existencial especialmente intenso de modo tal que, en un caso extremo, los conflictos con él se tornan posibles, siendo que estos conflictos no pueden ser resueltos por una normativa general establecida de antemano, ni por el arbitraje de un tercero "no-involucrado" y por lo tanto "imparcial".
La posibilidad de entender y comprender correctamente — y con ello también el derecho a participar y a juzgar — están dados aquí sólo por la colaboración y la coparticipación existenciales. Al caso extremo del conflicto solamente pueden resolverlo entre si los propios participantes; esto es: cada uno de ellos sólo por si mismo puede decidir si la forma de ser diferente del extraño representa, en el caso concreto del conflicto existente, la negación de la forma existencial propia y debe, por ello, ser rechazada o combatida a fin de preservar la propia, existencial, especie de vida. En la realidad psicológica, al enemigo fácilmente se lo trata de malo y de feo porque cada diferenciación recurre, la mayoría de las veces en forma natural, a la diferenciación política como la más fuerte e intensa de diferenciaciones y agrupamientos a fin de fundamentar sobre ella todas las demás diferenciaciones valorativas. Pero esto no cambia nada en la independencia de esas contraposiciones. Consecuentemente, también es válida la inversa: lo que es moralmente malo, estéticamente feo o económicamente perjudicial todavía no tiene por qué ser enemigo; lo que es moralmente bueno, estéticamente bello o económicamente útil no tiene por qué volverse amigo en el sentido específico, esto es: político, de la palabra. La esencial objetividad y autonomía de lo político puede verse ya en esta posibilidad de separar una contraposición tan específica como la de amigo-enemigo de las demás diferenciaciones y comprenderla como algo independiente. [16]
3). La guerra como manifestación visible de la enemistad
Los conceptos de amigo y enemigo deben tomarse en su sentido concreto y existencial; no como metáforas o símbolos; no entremezclados y debilitados mediante concepciones económicas, morales o de otra índole; menos todavía psicológicamente y en un sentido privado-individualista como expresión de sentimientos y tendencias privadas. No son contraposiciones normativas ni "puramente espirituales". El liberalismo, con su típico dilema entre espíritu y economía (a ser tratado más adelante), ha intentado diluir al enemigo convirtiéndolo en un competidor por el lado de los negocios y en un oponente polemizador por el lado espiritual. Dentro del ámbito de lo económico ciertamente no existen enemigos sino tan sólo competidores y en un mundo absolutamente moralizado y ético quizás sólo existan adversarios que polemizan. Sin embargo, que se lo considere — o no — detestable; y, quizás, que hasta se quiera ver un remanente atávico de épocas bárbaras en el hecho de que los pueblos todavía siguen agrupándose realmente en amigos y enemigos; o bien que se anhele que la diferenciación desaparecerá algún día de la faz de la tierra; o que quizás sea bueno y correcto fingir por razones pedagógicas que ya no existen enemigos en absoluto; todo eso está aquí fuera de consideración. Aquí no se trata de ficciones y normatividades sino de la realidad existencial y de la posibilidad real de esta diferenciación. Se podrán compartir — o no — las esperanzas o las intenciones pedagógicas mencionadas; pero que los pueblos se agrupan de acuerdo a la contraposición de amigos y enemigos, que esta contraposición aún hoy todavía existe y que está dada como posibilidad real para todo pueblo políticamente existente, eso es algo que de modo racional no puede ser negado.
El enemigo no es, pues, el competidor o el opositor en general. Tampoco es enemigo un adversario privado al cual se odia por motivos emocionales de antipatía. "Enemigo" es sólo un conjunto de personas que, por lo menos de un modo eventual — esto es: de acuerdo con las posibilidades reales — puede combatir a un conjunto idéntico que se le opone. Enemigo es solamente el enemigo público, porque lo que se relaciona con un conjunto semejante de personas — y en especial con todo un pueblo — se vuelve público por la misma relación. El enemigo es el hostis, no el inmicus en un sentido amplio; el polemios, no el echthros. [17]. El idioma alemán, al igual que otros idiomas, no distingue entre el "enemigo" privado y el político, por lo que se vuelven posibles muchos malentendidos y falsificaciones. El tantas veces citado pasaje "amad a vuestros enemigos" (Mateo 5,44; Lucas 6,27) en realidad dice: »diligite inimicos vestros« — agapate tous echtrous hymon — y no diligite hostes vestros; por lo que no se habla allí del enemigo político. [18] En la milenaria lucha entre el cristianismo y el islam jamás a cristiano alguno se le ocurrió tampoco la idea de que, por amor, había que ceder Europa a los sarracenos o a los turcos en lugar de defenderla. Al enemigo en el sentido político no hay por qué odiarlo personalmente y recién en la esfera de lo privado tiene sentido amar a nuestro "enemigo", vale decir: a nuestro adversario. La mencionada cita bíblica no pretende eliminar otras contraposiciones como las del bien y del mal, o la de lo bello y lo feo, por lo que menos aun puede ser relacionada con la contraposición política. Por sobre todo, no significa que se debe amar a los enemigos del pueblo al que se pertenece y que estos enemigos deben ser apoyados en contra del pueblo propio.
La contraposición política es la más intensa y extrema de todas, y cualquier otra contraposición concreta se volverá tanto más política mientras más se aproxime al punto extremo de constituir una agrupación del tipo amigo-enemigo. En el interior de un Estado — que como unidad política organizada toma, por sí y como conjunto, la decisión sobre la amistad-enemistad, — y además, junto a las decisiones políticas primarias y en defensa de la decisión tomada, surgen luego numerosos conceptos secundarios de lo "político". Por de pronto, surgen merced a la equiparación de lo político con lo estatal tratada en el primer punto. Esta equiparación hace que, por ejemplo, la "política de Estado" confronte con las posiciones político-partidarias; o que se pueda hablar de la política religiosa, la política educativa, la política comunal, la política social, etc. del propio Estado. Aunque a pesar de todo incluso aquí subsiste, y es constitutivo para el concepto de lo político, una contraposición y un antagonismo dentro del Estado — bien que, en todo caso, relativizados por la existencia de la unidad política estatal, abarcadora de todas las demás contraposiciones. [19] Por último, se desarrollan también otras especies aun más atenuadas de "política", distorsionadas hasta lo parasitario y caricaturesco, en las cuales sólo queda algún remanente antagónico de la agrupación amigo-enemigo original; aspecto éste que se manifiesta en disputas e intrigas, tácticas y prácticas de toda índole, y que describe como "política" a los negociados y a las manipulaciones más extrañas. Pero que la esencia de la relación política sigue manteniéndose en la referencia a una contraposición concreta, lo expresa el vocabulario cotidiano incluso allí en dónde la conciencia plena del "caso decisivo" se ha perdido.
Esto puede verse diariamente en dos fenómenos fácilmente verificables. En primer lugar, todos los conceptos, ideas y palabras políticas poseen un sentido polémico; tienen a la vista una rivalidad concreta; están ligadas a una situación concreta cuya última consecuencia es un agrupamiento del tipo amigo-enemigo (que se manifiesta en la guerra o en la revolución); y se convierten en abstracciones vacías y fantasmagóricas cuando esta situación desaparece. Palabras como Estado, república [20], sociedad, clase, y más allá de ellas: soberanía, Estado de Derecho, absolutismo, dictadura, plan, Estado neutral o total, etc. resultan incomprensibles si no se sabe quien in concreto habrá de ser designado, combatido, negado y refutado a través de una de ellas [21] . El carácter polémico domina sobre todo, incluso sobre el empleo de la misma palabra "político"; tanto si se califica al oponente de "impolítico" (en el sentido de divorciado de la realidad o alejado de lo concreto) como si, a la inversa, alguien desea descalificarlo denunciándolo de "político" para colocarse a si mismo por sobre él autodefiniéndose como "apolítico" (en el sentido de puramente objetivo, puramente científico, puramente moral, puramente jurídico, puramente estético, puramente económico, o en virtud de alguna pureza similar). En segundo lugar, en las expresiones usuales de la polémica intra-estatal cotidiana, frecuentemente se emplea hoy el término "político" como sinónimo de "político-partidario". La inevitable "subjetividad" de todas las decisiones políticas — que no es sino un reflejo de la diferenciación amigo-enemigo inmanente a todo comportamiento político — se manifiesta aquí en las mezquinas formas y horizontes de la distribución de cargos y prebendas políticas. La demanda de una "despolitización" significa, en este caso, tan sólo una superación del partidismo etc. La ecuación político=partidario es posible cuando pierde su fuerza la concepción de la unidad política (del "Estado"), abarcadora y relativizadora de todos los partidos políticos internos conjuntamente con sus rivalidades, a consecuencia de lo cual las contraposiciones internas adquieren una intensidad mayor que la contraposición común externa frente a otro Estado. Cuando dentro de un Estado las contraposiciones partidarias se han vuelto las contraposiciones políticas por excelencia, hemos arribado al punto extremo de la secuencia posible en materia de "política interna"; esto es: los agrupamientos del tipo amigo-enemigo relativos a la política interna, y no a la política exterior, son los que se vuelven relevantes para el enfrentamiento armado. En el caso de semejante "primacía de la política interna", la posibilidad real del combate, que siempre tiene que estar presente para que se pueda hablar de política, se refiere por lo tanto a la guerra civil y ya no a la guerra entre unidades organizadas de pueblos (Estados o Imperios). [22]
Al concepto de enemigo y residiendo en el ámbito de lo real, corresponde la eventualidad de un combate. En el empleo de esta palabra hay que hacer abstracción de todos los cambios accidentales, subordinados al desarrollo histórico, que ha sufrido la guerra y la tecnología de las armas. La guerra es el combate armado entre unidades políticas organizadas; la guerra civil es el combate armado en el interior de una unidad organizada (unidad que se vuelve, sin embargo, problemática debido a ello). Lo esencial en el concepto de "arma" es que se trata de un medio para provocar la muerte física de seres humanos. Al igual que la palabra "enemigo", la palabra "combate" debe ser entendida aquí en su originalidad primitiva esencial. No significa competencia, ni el "puramente espiritual" combate dialéctico, ni la "lucha" simbólica que, al fin y al cabo, toda persona siempre libra de algún modo porque, ya sea de una forma o de otra, toda vida humana es una "lucha" y todo ser humano un "luchador". Los conceptos de amigo, enemigo y combate reciben su sentido concreto por el hecho de que se relacionan especialmente con la posibilidad real de la muerte física y mantienen esa relación. La guerra proviene de la enemistad puesto que ésta es la negación esencial de otro ser. La guerra es solamente la enemistad hecha real del modo más manifiesto. No tiene por qué ser algo cotidiano, algo normal; ni tampoco tiene por qué ser percibido como algo ideal o deseable. Pero debe estar presente como posibilidad real si el concepto de enemigo ha de tener significado.
Consecuentemente, de ninguna manera se trata aquí de sostener que la existencia política no es más que una guerra sangrienta y cada acción política una operación de combate militar; como si cada pueblo estuviese ininterrumpida y constantemente puesto ante la alternativa de amigo o enemigo en su relación con cualquier otro pueblo y lo correcto en política no pudiese residir justamente en evitar la guerra. La definición de lo político aquí expuesta no es ni belicista, ni militarista, ni imperialista, ni pacifista. Tampoco constituye un intento de presentar a la guerra victoriosa, o a la revolución triunfante, como un "ideal social", ya que ni la guerra ni la revolución constituyen algo "social" o "ideal", [23] [24]
El combate militar en si mismo no es la "continuación de la política por otros medios" como reza la famosa frase, generalmente mal citada, de Clausewitz. [25] El combate militar, en tanto guerra, tiene sus propios puntos de vista y sus propias reglas estratégicas, tácticas y demás, pero todas ellas dan por establecido y presuponen que la decisión política de definir quién es el enemigo ya ha sido tomada. En la guerra los contendientes se enfrentan como tales, normalmente hasta diferenciados por medio de un "uniforme", y por ello la diferenciación de amigo y enemigo ya no constituye un problema político que el soldado combatiente tenga que resolver. Por esto es que resultan acertadas las palabras del diplómata inglés que decía que el político está mejor adiestrado para el combate que el soldado, puesto que el político combate durante toda su vida mientras que el soldado sólo lo hace excepcionalmente. La guerra no es ni el objetivo, ni el propósito de la política. Ni siquiera es su contenido. Con todo, es el pre-supuesto — en tanto posibilidad real permanentemente existente — que define el accionar y el pensar del ser humano de un modo especial, suscitando con ello un comportamiento específicamente político.
Por eso es que el criterio de la diferenciación entre amigos y enemigos tampoco significa, de ninguna manera, que un determinado pueblo deba ser eternamente el enemigo o el amigo de otro determinado pueblo; o bien que una neutralidad no sea posible o que no pueda ser políticamente razonable. Es tan sólo que el concepto de la neutralidad, como todo concepto político, también está subordinado al prerrequisito último de una posibilidad real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo. Si sobre la faz de la tierra existiese tan sólo la neutralidad, no sólo sería el fin de la guerra; sería también el fin de la neutralidad misma — de la misma forma en que cualquier política, incluso una política de evitar el combate, termina cuando desaparece en forma absoluta toda posibilida real de que se produzcan combates. Lo concluyente es siempre tan sólo que exista la posibilidad del caso decisivo del combate real, y de la decisión respecto de si este caso está, o no está dado.
Que el caso se produzca sólo en forma excepcional no anula su carácter determinante sino, por el contrario, lo fundamenta. Si bien las guerras no son hoy tan numerosas y frecuentes como antaño, no por ello ha dejado de aumentar su arrolladora furia total , en la misma y quizás hasta en mayor medida aún que en la que ha disminuido su número y su cotidianeidad. Aún hoy el "casus belli" sigue siendo el caso planteado "en serio". Podemos decir que aquí, al igual que en otras cuestiones, es justamente la excepción la que adquiere un significado especialmente decisivo y pone al descubierto el núcleo de las cosas. Porque recién en el combate real queda demostrada la consecuencia extrema del agrupamiento político en amigos y enemigos. Es desde esta más extrema posibilidad que la vida del ser humano adquiere su tensión específicamente política.
Un mundo en el cual la posibilidad de un combate estuviese totalmente eliminada y desterrada, una globo terráqueo definitivamente pacificado sería un mundo sin la diferenciación de amigos y enemigos y, por lo tanto, sería un mundo sin política. Podría existir en él toda una variedad de interesantes contraposiciones, contrastes, competencias e intrigas de toda clase; pero razonablemente no podría existir una contraposición en virtud de la cual se puede exigir del ser humano el sacrificio de la propia vida y en virtud de la cual se puede autorizar a seres humanos a derramar sangre y a dar muerte a otros seres humanos. Para una definición del concepto de lo político tampoco aquí se trata de si se considera deseable arribar a un mundo así, sin política, como un estado ideal de cosas. El fenómeno de lo político se hace comprensible solamente a través de su relación con la posibilidad real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo, más allá de los juicios de valor religiosos, morales, estéticos o económicos que de lo político se hagan a consecuencia de ello.
La guerra, en tanto medio político más extremo, revela la posibilidad de esta diferenciación entre amigos y enemigos, subyacente a toda concepción política, y es por eso que tiene sentido solamente mientras esta diferenciación se halle realmente presente en la humanidad o, al menos, mientras sea realmente posible. Por el contrario, una guerra librada por motivos "puramente" religiosos, "puramente" morales, "puramente" jurídicos o "puramente" económicos, carecería de sentido. De las contraposiciones específicas de estas esferas de la vida humana no se puede derivar el agrupamiento amigo-enemigo y, por lo tanto, tampoco se puede derivar una guerra. Una guerra no tiene por qué ser algo devoto, algo moralmente bueno, ni algo rentable. En la actualidad probablemente no es ninguna de esas cosas. Esta simple conclusión se enmaraña la mayoría de las veces por el hecho de que las contraposiciones religiosas, morales y de otro tipo se intensifican hasta alcanzar la categoría de contraposiciones políticas y con ello pueden producir el decisivo agrupamiento combativo de amigos y enemigos. Pero en cuanto se llega a este agrupamiento combativo, la contraposición decisiva ya no es más puramente religiosa, moral o económica, sino política. La cuestión en ese caso es siempre tan sólo la de si un agrupamiento del tipo amigo-enemigo está, o no, dada como posibilidad concreta, o como realidad; más allá de cuales hayan sido los motivos humanos lo suficientemente fuertes como para producir ese agrupamiento.
Nada puede escapar a este rasgo consecuencial de lo político. Si la oposición pacifista a la guerra pudiese hacerse tan fuerte como para llevar los pacifistas a la guerra contra los no-pacifistas; si esa oposición desatase una "guerra contra la guerra", con ello no haría más que probar que tiene realmente fuerza política porque, en dicho caso, sería lo suficientemente fuerte como para agrupar a los seres humanos en amigos y enemigos. Si la determinación de evitar la guerra se hace tan fuerte que ya no retrocede ni ante la guerra misma, es simplemente porque se ha vuelto un móvil político, es decir: afirma, aunque más no sea como eventualidad extrema, a la guerra y hasta al sentido de la guerra. En la actualidad ésta parece haberse constituido en una forma epecialmente extendida de justificar las guerras. La guerra se desarrolla así bajo la consigna de ser siempre la "última y definitiva guerra de la humanidad". Guerras de esta índole son, por necesidad, guerras especialmente violentas y crueles porque, transponiendo lo político, rebajan al enemigo simultáneamente tanto en lo moral como en las demás categorías, y se ven forzadas a hacer de él un monstruo inhumano que no sólo debe ser repelido sino exterminado, por lo que ya no es tan sólo un enemigo que debe ser rechazado hacia dentro de sus propias fronteras. Sin embargo, en la posibilidad de tales guerras puede demostrarse con especial claridad que la guerra, como posibilidad real, todavía existe en la actualidad y ello es lo único relevante en cuanto a la diferenciación entre amigos y enemigos y en cuanto a la comprensión de lo político. [26]