miércoles, 20 de febrero de 2008

Carl Schmitt: El Concepto de lo Político IV

4). El Estado como estructura de unidad política, cuestionado por el pluralismo [27]
Toda contraposición religiosa, moral, económica, étnica o de cualquier otra índole se convierte en una contraposición política cuando es lo suficientemente fuerte como para agrupar efectivamente a los seres humanos en amigos y enemigos. Lo político no reside en el combate mismo que, a su vez, posee sus leyes técnicas, psicológicas y militares propias. Reside, como ya fue dicho, en un comportamiento determinado por esta posibilidad real, con clara conciencia de la situación propia así determinada y en la tarea de distinguir correctamente al amigo del enemigo. Una comunidad religiosa que libra guerras, sea contra los miembros de otras comunidades religiosas, sea otro tipo de guerras, es una unidad política, más allá de constituir una comunidad religiosa. Es una magnitud política incluso si está en condiciones de evitar guerras mediante una prohibición válida para sus miembros, esto es: si puede negarle efectivamente la calidad de enemigo a un oponente. Lo mismo vale para una asociación de personas fundada sobre bases económicas como, por ejemplo, un grupo industrial o un sindicato. Incluso una "clase", en el sentido marxista del término, cesa de ser algo puramente económico y se convierte en una magnitud política cuando llega a este punto decisivo, es decir: cuando toma en serio la "lucha" de clases y trata a la clase adversaria como a un real enemigo para combatirlo, ya sea como Estado contra Estado, ya sea en una guerra civil dentro de un Estado. En un caso así, el combate real ya no transcurrirá según las reglas económicas sino que tendrá — aparte de los métodos del combate técnicamente entendidos en el sentido más estricto — sus compromisos, sus necesidades, sus coaliciones y sus orientaciones políticas. Si dentro del Estado el proletariado se adueña del poder político, lo que surgirá será sencillamente un Estado proletario; que será una estructura política en no menor grado en que lo es un Estado nacional, un Estado de sacerdotes, comerciantes, soldados, empleados públicos, o de cualquier otra categoría. Supongamos que se consiga agrupar a toda la humanidad en amigos y enemigos, según Estados proletarios y Estados capitalistas, de acuerdo con la contraposición de proletarios y burgueses. En ese caso, lo que se manifestará será toda la realidad política que han obtenido estos conceptos, al principio y en apariencia tan "puramente" económicos. Supongamos, por el contrario, que la fuerza política de una clase, o de cualquier otra agrupación dentro de un pueblo, sólo alcanza para impedir toda guerra librada hacia el exterior, sin poseer por si misma la capacidad o la voluntad de hacerse cargo del poder estatal, de diferenciar por si misma a amigos de enemigos y, en caso necesario, de librar una guerra. En un caso como éste, la unidad política se habrá destruido.
Lo político puede adquirir su fuerza de los más diversos ámbitos de la vida humana; de contraposiciones religiosas, económicas, morales y otras. No indica a una esfera de acción en particular sino tan sólo al grado de intensidad de una asociación o disociación de personas cuyas motivaciones pueden ser de ídole religiosa, nacional (tanto en sentido étnico como cultural), económica, etc. pudiendo estas motivaciones producir diferentes uniones y divisiones en distintas épocas. El agrupamiento real en amigos y enemigos es esencialmente tan fuerte y decisivo que la contraposición no-política — en el mismo momento en que produce el agrupamiento — procede a relegar a un segundo plano sus criterios y motivos, hasta ese momento "puramente" religiosos, "puramente" económicos o "puramente" culturales. La contraposición no-política queda así sojuzgada por las condiciones y las exigencias de una situación que ya se ha vuelto política; condiciones y exigencias que frecuentemente parecen inconsecuentes e "irracionales" desde el punto de partida inicial "puramente" religioso, "puramente" económico, o de cualquier otra clase de "pureza". De cualquier modo que sea, un agrupamiento orientado al caso decisivo es siempre político. Por ello es que constituye el agrupamiento decisivo y, consecuentemente, la unidad política — cuando existe en absoluto — constituye la unidad decisiva, siendo "soberana" en el sentido de que, por necesidad conceptual, el poder de decisión sobre del caso decisivo debe residir en ella, aún si el caso es excepcional.
La palabra "soberanía" tiene aquí un sentido bien definido, al igual que la palabra "unidad". Estos términos de ningún modo significan que, si una persona pertenece a una unidad política, cada detalle de su vida de tiene que estar determinado y comandado desde lo político; ni tampoco implican que un sistema centralizado debe aniquilar a todas las demás organizaciones o corporaciones. Puede suceder que consideraciones de tipo económico resulten ser más fuertes que toda la voluntad del gobierno de un Estado supuestamente neutral en materia económica. Del mismo modo, el poder de un Estado supuestamente neutral en materia confesional, encuentra fácilmente sus límites en las convicciones religiosas imperantes. Pero lo que realmente importa es siempre y tan sólo el caso del conflicto. Si las fuerzas opositoras económicas, culturales o religiosas son tan fuertes como para tomar por si mismas la decisión sobre el caso determinante, ello será porque, sencillamente, se han constituido en la nueva substancia de la unidad política. Si no son lo suficientemente fuertes como para impedir una guerra decidida en contra de sus propios intereses y principios, pues entonces quedará demostrado que no han llegado al punto decisorio de lo político. Si son lo suficientemente fuertes como para impedir una guerra, decidida por la conducción del Estado y perjudicial a sus intereses o principios, pero no lo sufientemente fuertes como para tomar por si mismas la decisión de determinar una guerra, pues entonces y en ese caso, ya no existe una magnitud política coherente. Sea cual fuere la relación de fuerzas: la unidad política es necesaria como consecuencia de la orientación hacia el posible caso decisivo del combate real contra el enemigo real. Y, o bien es soberana en este sentido (y no en algún otro sentido absolutista) para determinar la unidad decisiva en cuanto al agrupamiento en amigos y enemigos, o bien no existe en absoluto.
La muerte y el fin del Estado se proclamaron algo apresuradamente cuando se reconoció la gran importancia política que tienen las asociaciones económicas dentro del Estado y, en especial, cuando se observó el crecimiento de los sindicatos en contra de cuya herramienta de poder — la huelga — las leyes del Estado resultaban bastante impotentes. Por lo que puedo ver, esto surgió como doctrina constituida recién a partir de 1906 y 1907 entre los sindicalistas franceses. [28] De los teóricos del Estado que pueden ser citados en este contexto, Duguit es el más conocido. Desde 1901 ha intentado rebatir el concepto de soberanía y la imagen de la personalidad del Estado con algunos certeros argumentos dirigidos contra una metafísica estatista carente de crítica y contra las personificaciones del Estado que, en última instancia, no son sino residuos de la época del principado absolutista. En lo esencial, sin embargo, no ha acertado con el real sentido político de la idea de soberanía. Algo similar es válido también para la llamada teoría pluralista del Estado, de G.D.H. Cole y Harold J. Laski, [29] surgida en los países anglosajones. Su pluralismo consiste en negar la unidad soberana del Estado — es decir: en negar la unidad política — y subrayar constantemente que el individuo vive en medio de una multiplicidad y diversidad de uniones y relaciones sociales. Es miembro de una congregación religiosa, una nación, un sindicato, una familia, un club deportivo y muchas otras "asociaciones" que lo determinan con diferente intensidad, según el caso, obligándolo a una "pluralidad de compromisos de fidelidad y lealtad", sin que por ello alguien pueda decir que alguna estas asociaciones es incondicionalmente determinante y soberana. Muy por el contrario, estas distintas "asociaciones", cada una en un campo diferente, podrían terminar siendo las más fuertes y el conflicto de las fidelidades y lealtades sólo se resolvería caso por caso. Uno podría imaginar, por ejemplo, que los miembros de un sindicato sigan concurriendo a la iglesia, a pesar de que la consigna del sindicato es abandonar el culto, mientras simultáneamente las mismas personas tampoco obedecen la exhortación de su iglesia a abandonar el sindicato.
En este ejemplo se hace especialmente patente la coordinación de asociaciones religiosas y gremiales que puede llegar a impulsar una alianza entre iglesias y sindicatos en virtud de su contraposición conjunta contra el Estado. Esta alianza es típica del pluralismo que se observa en los países anglosajones. Su punto de partida teórico, aparte de la teoría corporativa de Gierke, ha estado por sobre todo en el libro de J. Neville Figgis sobre "Las Iglesias en el Estado Moderno" (1913). [30] El proceso histórico al que Laski hace referencia una y otra vez, y que evidentemente lo ha impresionado sobremanera, es la tan simultánea como malograda maniobra de Bismarck contra la iglesia católica y contra los socialistas. En ocasión del "Kulturkampf " contra la iglesia de Roma quedó demostrado que ni siquiera un Estado poseedor de la fuerza inquebrantada del Imperio Bismarckiano es absolutamente soberano ni todopoderoso. Como que este Estado tampoco salió vencedor de su lucha contra las organizaciones obreras socialistas, ni en el campo económico habría estado en condiciones de quitar de manos de los sindicatos el poder residente en el "derecho de huelga".
En gran medida esta crítica es acertada. Los enunciados acerca de la "omnipotencia" del estado son de hecho, frecuentemente tan sólo secularizaciones superficiales de fórmulas teológicas referidas a la omnipotencia divina, y la doctrina alemana del Siglo XIV acerca de la "personalidad" del Estado es, en parte una antítesis polémica dirigida contra la personalidad del príncipe "absoluto", y en parte una maniobra para desviar hacia el Estado, entendido como "tercero superior", la disyuntiva de: o soberanía del Príncipe, o soberanía popular. Pero con ello todavía no esta respondida la pregunta acerca de cual es la "unidad social" (si se me permite utilizar aquí el impreciso y liberal concepto de lo "social") que decidirá el caso conflictivo y determinará el decisivo agrupamiento según amigos y enemigos. Ni una Iglesia, ni un sindicato, ni una alianza entre ambos, habría prohibido o evitado una guerra que el Imperio Alemán bajo Bismarck hubiese querido librar. Por supuesto que Bismarck no podía declararle la guerra al Papa, pero eso tan sólo porque el Papa mismo ya no tenía ningún jus belli; ni tampoco los sindicatos socialistas pensaron en presentarse como "partie beligérante". En todo caso, ninguna instancia hubiera querido, o podido, oponerse a una decisión tomada por el gobierno alemán de aquél entonces sobre el conflicto determinante, sin convertirse en enemigo político y sufrir todas las consecuencias inherentes a este concepto, y viceversa: ni la Iglesia ni sindicato alguno plantearon la guerra civil. [31] Esto es suficiente para fundamentar un concepto razonable de soberanía y de unidad. La unidad política es simplemente, por su esencia, la unidad determinante, y es indiferente de cuales fuerzas alimenta sus últimas motivaciones psíquicas. Cuando existe, es la unidad suprema; es decir: la unidad que decide los casos de gravedad determinante.
El hecho de que el Estado constituya una unidad — y , más aún: la unidad determinante — se debe a su carácter político. Una teoría pluralista es, o bien la Teoría de un Estado que ha logrado su unidad mediante la federación de coaliciones sociales, o bien tan sólo una teoría de la disolución o la impugnación del Estado. Cuando niega su unidad y lo pone, en calidad de "asociación política", en un mismo plano de igualdad con otras asociaciones — por ejemplo: religiosas o económicas — debería, ante todo, responder la pregunta relativa al contenido específico de lo político. Pero en ninguno de los muchos libros de Laski se puede encontrar una definición específica de lo político, aún cuando constantemente se hable en ellos de Estado, política, soberanía y "government". El Estado simplemente se transforma en una asociación que compite con otras asociaciones. Se convierte en una sociedad junto con — y entre — algunas otras sociedades que existen dentro o fuera del Estado. Éste es el "pluralismo" de esta Teoría del Estado que dirige todo su ingenio contra anteriores exageraciones del Estado; contra su "señorío" y su "personalidad", contra su "monopolio" de la unidad suprema, mientras en todo ello sigue quedando ininteligible qué es lo que la unidad política habría de ser en absoluto. A veces aparece — en el viejo estilo liberal — como mero sirviente de una sociedad esencialmente determinada por lo económico; a veces de forma pluralista como una clase especial de sociedad, esto es: como una asociación más entre otras asociaciones; y a veces, finalmente, como un producto de la federación de coaliciones sociales; o incluso como una especie de asociación-federadora de otras asociaciones. Lo que queda sin explicar es por qué motivo los seres humanos, al lado de asociaciones religiosas, culturales, económicas y demás, todavía construyen una asociación política y en qué consiste el sentido político específico de este último tipo de asociación. En esto no se percibe una línea firme y definida de pensamiento, y como concepto último, abarcador, enteramente monista-universal y de ningún modo pluralista, aparece la "society" en Cole y la "humanity" en Laski.
Esta teoría pluralista del Estado es, por sobre todo, pluralista en si misma. Esto es: en realidad, no posee un núcleo central. Recoge sus temas intelectuales de entre los más diversos círculos de ideas (religión, economía, liberalismo, socialismo, etc.). Ignora el concepto central de toda Teoría del Estado — lo político — y ni siquiera considera la posibilidad de que el pluralismo de las asociaciones podría conducir a una unidad política de estructura federal. Permanece completamente atascada en un individualismo liberal porque, en última instancia, no hace más que jugar a enfrentar a las asociaciones entre si en beneficio del individuo libre y sus asociaciones libres; con lo que todas las cuestiones y conflictos terminan siendo decididos por el individuo. En honor a la verdad, no existe una "sociedad" o una "asociación" política. Existe tan sólo una unidad política; una "comunidad" política. La posibilidad concreta de agrupamientos del tipo amigo-enemigo es suficiente para crear, por sobre lo puramente social-asociativo, una unidad determinante — que es algo específicamente diferente y constituye algo decisivo frente a las demás asociaciones. [32] Cuando esta unidad desaparece hasta como eventualidad, desaparece también incluso lo político. Solamente desconociendo o no respetando la esencia de lo político es posible colocar a una "asociación" política al lado de otra asociación religiosa, cultural, económica, o de cualquier otra índole, para hacerla competir con todas las demás. En todo caso, del concepto de lo político — como se verá más adelante — se desprenden consecuencias pluralistas, pero no en el sentido de que dentro de una y la misma unidad política se pueda colocar un pluralismo en el lugar del agrupamiento determinante de amigos y enemigos sin con ello destruir también a lo político en si mismo.

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